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Capítulo XXXIV

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 31, 2012 8:12 pm

Me apoyo completamente en Tobias, mientras el cañón de la pistola que me aprieta la espalda me urge a seguir caminando. Entramos por la puerta principal de la sede de Abnegación, un sencillo edificio gris de dos plantas. Me cae sangre por el costado. No me da miedo lo que se avecina, me duele demasiado como para pensar en ello.
La pistola me empuja hasta una puerta vigilada por dos soldados de Intrepidez. Tobias y yo la atravesamos, y entramos en un despacho sencillo en el que hay un escritorio, un ordenador y dos sillas vacías. Jeannine está sentada detrás del escritorio, hablando por teléfono.
―Bueno, pues envía a algunos de vuelta en el tren ―dice―. Tiene que estar bien protegido, es lo más importante…, no estoy dici… Tengo que irme.
Cuelga de golpe y me clava sus ojos grises. Me recuerdan al acero fundido.
―Rebeldes Divergentes ―dice uno de los de Intrepidez; debe de ser un líder, o puede que un recluta al que han sacado de la simulación.
―Sí, ya lo veo.
Se quita las gafas, las dobla y las deja en el escritorio. Seguramente las lleva por vanidad y no por necesidad, porque cree que la hacen parecer más lista; eso decía mi padre.
―Lo tuyo ―dice, señalándome―, me lo esperaba. Todo el lío con tu prueba de aptitud me hizo sospechar de ti desde el principio. Pero lo tuyo… ―sigue diciendo, sacudiendo la cabeza mientras vuelve la mirada hacia Tobias―. Tobias, ¿o debería llamarte Cuatro?, tú conseguiste eludirme ―explica en voz baja―. Todos tus datos encajaban: los resultados de la prueba, las simulaciones de Iniciación, todo. Pero aquí estás, a pesar de ello. ―Junta las manos y apoya la barbilla en ellas―. Quizá puedas explicarme cómo es posible.
―Tú eres el genio ―responde Tobias en tono frío―. ¿Por qué no me lo explicas tú?
―Mi teoría es que en realidad tendrías que estar en Abnegación ―contesta ella, sonriendo―, que tu Divergencia es más débil.
Sonríe con más ganas, como si se divirtiera. Aprieto los dientes, y medito la posibilidad de lanzarme sobre la mesa y estrangularla. Si no tuviera una bala metida en el hombro, puede que lo hiciera.
―Tu razonamiento deductivo es asombroso ―suelta Tobias―, estoy adecuadamente impresionado.
Lo miro de reojo. Casi se me había olvidado este lado suyo, el lado que tiende más a estallar que a tumbarse y morir.
―Una vez verificada tu inteligencia, a lo mejor te decides a matarnos de una vez ―sigue diciendo Tobias, y cierra los ojos―. Al fin y al cabo, todavía te quedan unos cuantos líderes de Abnegación por asesinar.
Si el comentario de Tobias molesta a Jeanine, no se le nota, ya que sigue sonriendo y se levanta con elegancia. Lleva puesto un vestido azul que se le pega al cuerpo desde los hombros hasta las rodillas, lo que revela una capa de grasa en la cintura. La habitación me da vueltas cuando intento concentrarme en su cara, y me inclino sobre Tobias para que me sujete. Él me rodea la cintura con un brazo para que no me caiga.
―No seas tonto, no hay prisa ―dice Jeanine, como si nada―. Los dos están aquí para servir a un propósito de suma importancia. Verás, durante un tiempo me desconcertó bastante que los Divergentes fueran inmunes al suero que había desarrollado, así que he estado trabajando para solucionarlo. Creía que lo había hecho con el último lote, pero, como saben, me equivocaba. Por suerte, tengo otro lote listo para hacer la prueba.
―¿Por qué molestarte? ―pregunto.
A ella y a los líderes de Intrepidez nunca les ha costado matar a los Divergentes, ¿por qué ahora es distinto?
Me sonríe.
―Hay una pregunta a la que le doy vueltas desde que empecé con el proyecto de Intrepidez, y es la siguiente: ¿Por qué, entre todas las Facciones, la mayoría de los Divergentes temerosos de Dios unos don nadie, débiles, son de Abnegación? ―dice mientras sale de detrás de su escritorio, acariciando la superficie con un dedo.
No sabía que la mayoría de los Divergentes fueran de Abnegación y no sé por qué será. Y, probablemente, no viva lo suficiente como para averiguarlo.
―Débiles ―se burla Tobias―. Hace falta una gran voluntad para manipular una simulación, al menos la última vez que vi una. Ser débil es controlar mentalmente a un ejército porque es demasiado difícil entrenarlo tú mismo.
―No soy tonta ―responde Jeanine―. Una Facción de intelectuales no es un ejército. Estamos cansados de que nos domine un puñado de idiotas santurrones que rechazan la riqueza y el progreso, pero no podríamos hacer esto solos. Y sus líderes Intrépidos, estuvieron más que contentos de hacerme el favor, si a cambio, les garantizaba un sitio en nuestro nuevo y mejorado gobierno.
―Mejorado ―repite, Tobias resoplando.
―Sí, mejorado. Mejorado y preparado para trabajar por un mundo en el que la gente disfrute de abundancia, confort y prosperidad.
―¿A costa de quién? ―pregunto, y mi voz suena espesa, arrastro las palabras―. Toda esa abundancia… no sale de la nada.
―En la actualidad, los Sin Facción suponen una sangría de recursos ―contesta Jeanine―. Igual que Abnegación. Estoy segura de que cuando los restos de tu antigua Facción sean absorbidos por el ejército de Intrepidez, Sinceridad cooperará y por fin seremos capaces de empezar a trabajar.
Absorbidos por el ejército de Intrepidez. Sé lo que significa: también quiere controlarlos a ellos. Quiere que todos sean maleables y fáciles de controlar.
―Empezar a trabajar ―repite Tobias en tono amargo, alzando la voz―. No te equivoques, estarás muerta antes de que acabe el día…
―Si fueras capaz de controlar tu genio ―lo interrumpe Jeanine―, a lo mejor no te encontrarías en esta situación, Tobias.
―Estoy en esta situación porque tú me pusiste en ella ―responde él―. En cuanto organizaste el ataque contra personas inocentes.
―Personas inocentes ―dice ella entre risas―. Me parece muy divertido viniendo de ti. Suponía que el hijo de Marcus comprendería que no todas estas personas son inocentes ―añade, y se sienta en el borde del escritorio, de modo que la falda muestra las rodillas al descubierto; están llenas de estrías―. Sinceramente, ¿me dices que no te alegrarías si descubrieras que han matado a tu padre en el ataque?
―No ―responde él entre dientes―, pero al menos su maldad no implicaba la manipulación de una Facción entera y el asesinato sistemático de todos los líderes políticos que tenemos.
Se quedan mirando unos segundos, lo bastante como para ponerme completamente en tensión, hasta que por fin Jeanine se aclara la garganta.
―Lo que iba a decir es que, dentro de poco, docenas de Abnegados y sus hijos pequeños estarán bajo mi responsabilidad, y que no me vendría nada bien que muchos de ellos fueran Divergentes como ustedes, incapaces de controlar mediante las simulaciones.
Se levanta y camina unos pasos hacia la izquierda con las manos cruzadas delante de ella. Tiene las uñas mordidas hasta la raíz, como yo.
―Por tanto era necesario desarrollar una nueva forma de simulación a la que no sean inmunes. Me he visto obligada a reevaluar mis propias hipótesis. Ahí es donde entran ustedes ―añade, dando unos pasos hacia la derecha―. Como bien dicen su voluntad es fuerte, no soy capaz de controlarla. Pero sí puedo controlar otras cosas.
Se detiene para mirarnos. Apoyo la sien en el hombro de Tobias mientras la sangre me cae por la espalda. El dolor ha sido tan constante durante los últimos minutos que he llegado a acostumbrarme, como cuando una persona se acostumbra a una sirena si el ruido es continuo.
Jeanine aprieta las palmas de las manos y no veo ningún brillo malicioso en sus ojos, ni tampoco el sadismo que esperaba. Es más máquina que maniaca. Ve problemas y aporta soluciones a partir de los datos que reúne. Abnegación se interponía en su deseo de poder, así que encontró la forma de eliminarla. No tenía un ejército, así que se buscó uno en Intrepidez. Sabía que necesitaría controlar a grandes grupos de personas para estar segura, así que desarrolló la forma de hacerlo mediante sueros y transmisores. La Divergencia no es más que otro problema que debe solucionar, y por eso es una persona tan aterradora: porque es lo suficientemente lista como para resolver cualquier cosa, incluso el problema de nuestra existencia.
―Puedo controlar lo que ven y oyen ―sigue explicando―, así que he creado un suero nuevo que adaptará lo que les rodea para manipular su voluntad. Los que se niegan a aceptar nuestro liderazgo deben ser supervisados muy de cerca.
Supervisados… o privados de su libre albedrío. Se le dan bien las palabras.
―Tú serás el primer sujeto a prueba, Tobias. Sin embargo, Beatrice… ―añade, sonriendo―. Estás demasiado herida para serme de mucha utilidad, así que tu ejecución tendrá lugar cuando termine esta reunión.
Intento ocultar el estremecimiento que me recorre el cuerpo ante la palabra “ejecución” y, con el hombro matándome de dolor, miro a Tobias. Me cuesta reprimir las lágrimas veo el terror que se refleja en sus ojos, grandes y oscuros.
―No ―dice Tobias; le tiembla la voz, aunque su expresión es firme cuando sacude la cabeza―. Preferiría morir.
―Me temo que no tienes más alternativa ―contesta Jeanine en tono alegre.
Tobias me sujeta la cara entre las manos y me besa, presionando con sus labios para abrir los míos. Me olvido del dolor y del terror de una muerte inminente y, durante un instante, me siento agradecida de poder tener fresco el recuerdo de este beso cuando llegue el final.
Entonces me suelta y tengo que apoyarme en la pared. Sin más aviso que la súbita tensión en sus músculos, Tobias se lanza sobre el escritorio y agarra el cuello de Jeanine. Los guardias de Intrepidez que hay junto a la puerta saltan sobre él con las armas preparadas, y yo grito.
Hacen falta dos soldados para apartarlo de Jeanine y tirarlo al suelo. Uno de ellos lo sujeta con las rodillas sobre sus hombros y las manos sobre su cabeza, apretándole la cara contra la alfombra. Yo me lanzo sobre ellos, pero otro guardia me da un manotazo en los hombros y me pega contra la pared. Estoy débil por la pérdida de sangre y soy demasiado pequeña.
Jeanine se apoya en el escritorio, resoplando y jadeando. Se restriega el cuello, que está rojo y muestra las huellas de Tobias. Por muy mecánica que parezca, no deja de ser humana: le veo lágrimas en los ojos cuando saca una caja del cajón del escritorio y la abre; dentro hay una aguja y una jeringa.
Todavía con la respiración entrecortada, va con ella hacia Tobias, que aprieta los dientes y da un codazo en la cara de uno de los guardias. El guardia le golpea en la cabeza con la culata de la pistola, y Jeanine le clava la aguja en el cuello. Tobias se desmaya.
Dejo escapar un ruido, no es ni un sollozo ni un grito, sino un graznido, un gemido chirriante que suena lejano, como si saliera de otra persona.
―Deja que se levante ―dice Jeanine con voz ronca.
El guardia se levanta, y Tobias también. No tiene el mismo aspecto de los soldados sonámbulos, sus ojos están alerta y mira alrededor unos segundos, como si lo desconcertara lo que ve.
―Tobias ―lo llamo―. ¡Tobias!
―No te reconoce ―dice Jeanine.
Tobias vuelve la vista atrás, entrecierra los ojos y se dirige a mí a toda prisa.
Antes de que los guardias puedan detenerlo, me agarra por la garganta de una mano y me aprieta la tráquea con la punta de los dedos. Me ahogo, noto la sangre caliente acudirme a la cara.
―La simulación lo manipula ―explica Jeanine, aunque apenas la oigo por culpa del latido de mi corazón―. Altera lo que ve y hace que tome el amigo por enemigo.
Uno de los guardias me quita a Tobias de encima. Yo jadeo y respiro hondo con dificultad para rellenar los pulmones de aire.
Se ha ido; ahora lo controla la simulación y asesinará a las personas que hace tres minutos consideraba inocentes. Que Jeanine lo asesinara me habría dolido menos que esto.
―La ventaja de esta versión de simulación ―sigue diciendo ella; le brillan mucho los ojos―, es que puede actuar de manera autónoma y, por tanto, es mucho más efectiva que un soldado sin mente.
Mira a los guardias que retienen a Tobias, que forcejea con ellos, mirándome a mí aunque sin verme, sin verme como antes me veía.
―Envíenlo a la sala de control. Necesitaremos tener allí a un ser humano con sus capacidades intactas para supervisar las cosas y, por lo que tengo entendido, antes trabajaba allí. ―Tras decir esto, junta las palmas de las manos delante de ella y añade―: Y, a ella, llévenla a la sala B13.
Agita la mano para que nos vayamos. Con este movimiento ordena mi ejecución, pero para ella no es más que tachar una tarea de su lista, la única evolución lógica del camino que está siguiendo. Me examina sin sentir nada mientras dos soldados de Intrepidez me sacan de la habitación.
Me arrastran por el pasillo. Aunque por dentro me siento entumecida, por fuera soy una fuerza que grita y se retuerce. Muerdo una mano que pertenece al hombre de mi derecha y sonrío al notar el sabor de la sangre. Entonces me golpea y todo desaparece.
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