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Capítulo XIII

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 17, 2012 2:45 pm

La mañana siguiente, cuando penosamente entro en la sala de entrenamiento, bostezando, un gran blanco se encuentra en un extremo de la habitación, y cerca de la puerta hay una mesa con cuchillos esparcidos en ella. Práctica de tiro de nuevo. Por lo menos no dañaría.
Eric está parado en el centro de la habitación, su postura tan rígida que parece que alguien reemplazó a su columna vertebral por una barra de metal. La visión de él me hace sentir que todo el aire de la habitación se vuelve más pesado, cayendo sobre mí. Al menos cuando él estaba encorvado frente a una pared, podía fingir que no estaba aquí. Hoy no puedo fingir.
―Mañana será el último día de la primera fase ―dice Eric―. Ustedes van a reanudar la lucha después. Hoy, aprenderán cómo apuntar. Todo el mundo recoja tres cuchillos. ―Su voz es más profunda de lo habitual―. Y presten atención, mientras Cuatro demuestra la técnica correcta para tirarlos.
Al principio, nadie se mueve.
―¡Ahora!
Vamos por las dagas. No son tan pesadas como las armas, pero todavía se sienten extrañas en mis manos, como si no tuviera derecho a retenerlas.
―Está de mal humor hoy ―murmura Christina.
―¿Él alguna vez está de buen humor? ―le murmuro en respuesta.
Pero sé lo que quiere decir. A juzgar por la mirada venenosa que Eric le da a Cuatro cuando él no está prestando atención, la derrota de anoche debe haberlo molestado más de lo que Eric demostró. Ganar la captura de la bandera es una cuestión de orgullo, y el orgullo es importante para Intrepidez. Más importante que la razón o el sentido.
Veo los brazos de Cuatro mientras él lanza un cuchillo. La próxima vez que lo lanza, veo su postura. Él da en el blanco cada vez, exhalando mientras se suelta el cuchillo.
Eric ordena. ―¡En línea!
Precipitarse, creo, no ayudará. Mi madre me dijo eso cuando estaba aprendiendo a tejer. Tengo que pensar en esto como un ejercicio mental, no un ejercicio físico. Así que paso los primeros pocos minutos practicando sin un cuchillo, para encontrar la posición correcta, aprendiendo el correcto movimiento del brazo.
Eric pasea muy rápido detrás de nosotros.
―¡Creo que la Estirada se ha golpeado mucho la cabeza! ―comenta Peter, a unas cuantas personas abajo―. ¡Hey, Estirada! ¿Recuerdas lo que es un cuchillo?
Ignorándolo, practico el tiro de nuevo con un cuchillo en la mano, pero no lo suelto. Me cierro al ritmo de Eric, y a las burlas de Peter, y la sensación de que Cuatro me está mirando, y tiro el cuchillo. Gira de punta a punta, se estrella contra el tablero. La hoja no se pega, pero soy la primera persona en dar en el blanco.
Sonrío mientras Peter falla de nuevo. No puedo ayudarme a mí misma.
―¡Hey, Peter! ―le digo―. ¿Recuerdas lo que es un blanco?
A mi lado, Christina resopla, y su próximo cuchillo da en el blanco.
Media hora más tarde, Al es el único Iniciado que no le ha dado al blanco todavía. Sus cuchillos hacen ruido en el suelo, o rebotan en la pared. Mientras que el resto de nosotros nos acercamos al tablero para recoger nuestras armas, él busca en el piso las suyas.
La próxima vez que intenta y falla, Eric marcha hacia él y le exige. ―¿Cuán lento eres, Sinceridad? ¿Necesitas lentes? ¿Debo mover el tablero más cerca?
La cara de Al se pone roja. Lanza otro cuchillo, y éste se desliza a unos centímetros a la derecha del blanco. Gira y choca contra la pared.
―¿Qué fue eso, Iniciado? ―dice Eric en voz baja, acercándose más a Al.
Me muerdo el labio. Esto no es bueno.
―Se… se deslizó ―dice Al.
―Bueno, creo que deberías ir por él ―dice Eric. Escanea las caras de los otros Iniciados, todo el mundo ha dejado de tirar de nuevo y dice―. ¿Les he dicho que paren?
Cuchillos comienzan a golpear el tablero. Todos hemos visto a Eric enojado antes, pero esto es diferente. La mirada en sus ojos es casi rabiosa.
―Ve por él ―los ojos de Al se abren grandes―. Pero todo el mundo todavía está lanzando.
―¿Y?
―Y no quiero que me peguen.
―Creo que puedes confiar en tus compañeros Iniciados para apuntar mejor que tú. ―Eric sonríe un poco, pero sus ojos permanecen crueles―. Ve a buscar el cuchillo.
Al no suele oponerse a cualquier cosa que Intrepidez nos dice que hagamos. No creo que sea por miedo; él sólo sabe que es inútil oponerse. Esta vez Al encaja su amplia mandíbula. Llegó al límite de su cumplimiento.
―No ―dice.
―¿Por qué no? ―Los pequeños y brillantes ojos de Eric se fijan en la cara de Al―. ¿Tienes miedo?
―¿De ser apuñalado por un cuchillo volador? ―dice Al―. ¡Sí, lo tengo!
La honestidad es su error. No es su negativa, lo que Eric podría haber aceptado.
―¡Todo el mundo pare! ―grita Eric.
Los cuchillos paran, y lo mismo ocurre con todas las conversaciones. Sostengo mi pequeña daga apretadamente.
―Despejen el ring. ―Eric mira hacia Al―. Todos, excepto tú.
Dejo caer la daga y golpea el suelo polvoriento con un ruido sordo. Sigo a los otros Iniciados al borde de la habitación, y ellos se ponen en frente de mí, deseosos de ver lo que hace que mi estómago se revuelva: Al, enfrenta la ira de Eric.
―Párate frente al blanco ―dice Eric.
Las grandes manos de Al tiemblan. Él va hacia el blanco.
―Hey, Cuatro. ―Eric mira sobre su hombro―. Échame una mano aquí, ¿eh?
Cuatro se rasca una de sus cejas con la punta de un cuchillo y se enfoca en Eric. Él tiene círculos oscuros bajo los ojos y la boca tensa, está tan cansado como nosotros.
―Te vas a quedar ahí mientras él lanza los cuchillos ―le dice Eric a Al―, hasta que aprendas a no retroceder.
―¿Es esto realmente necesario? ―dice Cuatro. Suena aburrido, pero no se ve aburrido.
Su cara y cuerpo están tensos, alerta.
Aprieto mis puños. No importa cuán casual Cuatro suena, la pregunta es un desafío. Y Cuatro no desafía a menudo a Eric directamente.
Al principio, Eric mira a Cuatro en silencio. Cuatro lo mira de vuelta. Segundos pasan y me muerdo las uñas de mis manos.
―Tengo la autoridad aquí, ¿recuerdas? ―Dice Eric, en voz tan baja que apenas se le escucha―. Aquí y en todas partes.
El color se precipita en la cara de Cuatro, aunque su expresión no cambia. Su control sobre los cuchillos se contrae y sus nudillos se vuelven blancos mientras se da vuelta para hacer frente a Al.
Veo todo de Al, desde sus oscuros ojos a las manos que tiemblan a la postura determinada de la mandíbula de Cuatro. La ira burbujea en mi pecho, y explota de mi boca: ―Detén esto.
Cuatro da vuelta al cuchillo en su mano, sus dedos se mueven laboriosamente sobre el borde del metal. Él me da una mirada tan dura que siento como si me estuviera convirtiendo en piedra. Sé por qué. Soy una estúpida por hablar mientras que Eric está aquí; soy estúpida por hablar en absoluto.
―Cualquier idiota puede pararse frente a un objetivo ―le digo―. Esto no prueba nada, excepto que nos están intimidando. Qué, si mal no recuerdo, es un signo de cobardía.
―Entonces, debe ser fácil para ti ―dice Eric―. Si estás dispuesta a tomar su lugar.
La última cosa que quiero hacer es estar delante del blanco, pero no puede dar marcha atrás ahora. Yo no me dejé la opción. Paso a través de la multitud de los Iniciados, y alguien me empuja el hombro.
―Ahí va tu cara bonita ―murmura Peter―. Oh, espera. No tienes una.
Puedo recuperar el equilibrio y caminar hacia Al. Él asiente hacia mí. Trato de sonreír alentadora, pero no puedo manejarlo. Estoy parada enfrente del tablero, y mi cabeza ni siquiera llega al centro del blanco, pero no importa. Miro a los cuchillos de Cuatro: uno en la mano derecha, dos en la mano izquierda.
Mi garganta está seca. Trato de tragar, y luego ver a Cuatro. Él nunca es descuidado. Él no me va a golpear. Voy a estar bien.
Levanto el mentón. No me inmutó. Si me acobardo, le pruebo a Eric que no es tan fácil como yo dije que era; pruebo que soy una cobarde.
―Si te acobardas ―dice Cuatro, despacio, con cuidado―, Al ocupa tu lugar. ¿Entendido?
Asiento.
Los ojos de Cuatro todavía están en los míos cuando levanta la mano, pone el codo hacia atrás, y tira el cuchillo. Es sólo un instante en el aire, y luego escucho un ruido sordo. El cuchillo se entierra en el tablero, a centímetros de mi mejilla. Cierro los ojos. Gracias a Dios.
―¿Estás cerca de terminar, Estirada? ―pregunta Cuatro.
Recuerdo los ojos de Al y sus tranquilos sollozos por la noche y niego con la cabeza. ―No.
―Ojos abiertos, entonces. ―Él golpea el espacio entre las cejas.
Lo miro, presionando mis manos a los costados para que nadie pueda verlas temblar. Él pasa un cuchillo de su mano izquierda a su mano derecha, y no veo nada más que sus ojos mientras el segundo cuchillo da en el blanco sobre mi cabeza. Este está más cerca que el anterior, se siente como se cierne sobre mi cabeza.
―Vamos, Estirada ―dice él―. Vamos a dejar a alguien más pararse allí y tomarlo.
¿Por qué está tratando de incitarme a renunciar? ¿Quiere que yo falle?
―¡Cállate, Cuatro!
Aguanto la respiración mientras él pone el cuchillo por última vez en su mano. Veo un brillo en sus ojos mientras tira el brazo hacia atrás y deja al cuchillo volar. Viene directamente a mí, girando, hoja sobre el mango. Mi cuerpo se pone rígido. Esta vez, cuando llega al blanco, me arde la oreja, y la sangre me hace cosquillas en la piel. Me tocó la oreja. Me cortó.
Y a juzgar por la mirada que me da, lo hizo a propósito.
―Me encantaría quedarme y ver si el resto de ustedes es tan atrevido como ella ―dice Eric, su voz suave―, pero creo que es suficiente por hoy.
Me aprieta el hombro. Sus dedos se sienten secos y fríos, y la mirada que me da me reclama, como si estuviera tomando posesión de lo que hice. No devuelvo la sonrisa a Eric. Lo que hice no tenía nada que ver con él.
―Debo mantener mis ojos en ti ―añade él.
El miedo crece dentro de mí, en mi pecho y en mi cabeza y en mis manos. Me siento como si la palabra “DIVERGENTE” fuera una marca en la frente, y si él me mira el tiempo suficiente, va a ser capaz de leerlo. Pero sólo levanta la mano de mi hombro y sigue caminando.
Cuatro y yo nos quedamos atrás. Espero hasta que la sala está vacía y la puerta está cerrada antes de mirarlo. Él camina hacia mí.
―Está tu… ―comienza él.
―¡Lo hiciste a propósito! ―le grito.
―Sí, lo hice ―dice en voz baja―. Y deberías darme las gracias por ayudarte.
Aprieto los dientes. ―¿Gracias? Casi me apuñalas la oreja, y pasaste todo el tiempo burlándote de mí. ¿Por qué debo darte las gracias?
―¡Sabes, estoy un poco cansado para esperar a que lo captes!
Él me mira, y aún cuando me mira, sus ojos se ven pensativos. La sombra del azul es peculiar, tan oscura que es casi negro, con una pequeña mancha de azul claro a la izquierda del iris, justo al lado de la esquina de su ojo.
―¿Captarlo? ¿Captar qué? ¿Que querías demostrarle a Eric lo duro que eres? ¿Que eres sádico, al igual que él?
―Yo no soy sádico. ―Él no grita. Me gustaría que gritara. Eso me asustaría menos. Inclina su cara a la mía, lo que me recuerda a los centímetros de distancia que estaba del ataque de los colmillos del perro en la prueba de aptitud, y dice―: Si yo quisiera hacerte daño, ¿no crees que ya lo habría hecho?
Cruza la habitación y golpea la punta de un cuchillo tan fuerte en la mesa que queda parado ahí, mirando hacia el techo.
―Yo… ―me pongo a gritar, pero él se ha ido ya. Grito, frustrada, y limpio algo de la sangre de mi oreja.
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