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Capítulo VI

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 17, 2012 2:08 pm

Apunto mis ojos al suelo y me pongo de pie detrás de los Iniciados nacidos en Intrepidez que eligieron regresar a su propia Facción. Todos ellos son más altos que yo, así que incluso cuando levanto la cabeza, sólo veo hombros de personas vestidas de negro. Cuando la última chica hace su elección, Concordia, es tiempo de ir. Los Intrepidez salen primero. Camino delante de hombres vestidos de gris y mujeres que estaban en mi Facción, mirando con determinación a la parte posterior de la cabeza de alguien.
Pero tengo que ver a mis padres una vez más. Miro por encima de mi hombro en los últimos segundos antes de pasarlos, e inmediatamente deseo no haberlo hecho. Los ojos de mi padre arden en los míos con una mirada de acusación. Al principio, cuando siento el calor detrás de mis ojos, creo que ha encontrado una manera de prenderme fuego, para castigarme por lo que he hecho, pero no, estoy a punto de llorar.
Junto a él, mi madre está sonriendo.
La gente detrás de mí me empuja hacia adelante, lejos de mi familia, que serán los últimos en irse. Incluso es posible que se queden a apilar las sillas y limpiar los tazones. Giro mi cabeza alrededor para encontrar a Caleb en la multitud de Sabiduría detrás de mí. Él se encuentra entre los otros Iniciados, estrechando manos con un transferido de Facción, un chico que era Sinceridad. La sonrisa fácil que lleva es un acto de traición. Mi estómago se retuerce fuertemente y me doy la vuelta. Si es tan fácil para él, tal vez debería ser fácil para mí también.
Le doy un vistazo al chico a mi izquierda, que era Sabiduría, y ahora luce tan pálido y nervioso como me debería sentir. Pasé todo mi tiempo preocupándome acerca de cuál Facción elegiría, y nunca consideré qué pasaría si escogiera Intrepidez. ¿Qué me espera en la sede de Intrepidez?
La multitud Intrepidez nos lleva a ir por las escaleras en lugar de los ascensores. Creía que sólo Abnegación usaba las escaleras.
Entonces todos comienzan a correr. Escucho alaridos, gritos y risas a mi alrededor, y docenas de impotentes pies se mueven en diferentes ritmos. No es un acto desinteresado para Intrepidez el tomar las escaleras, es un acto salvaje.
―¿Qué demonios está sucediendo? ―grita el chico a mi lado.
Sólo niego con la cabeza y sigo corriendo. Estoy sin aliento cuando llego al primer piso, y los de Intrepidez irrumpen a través de la salida. Afuera, el aire es fresco y frío, y el cielo es anaranjado por la puesta del sol. Refleja el cristal oscuro del Cubo.
Los Intrepidez se extienden a través de la calle, bloqueando la ruta de un autobús, y corro para alcanzar la parte de atrás de la multitud. Mi confusión se disipa mientras corro. No he corrido en ningún lugar en mucho tiempo. Abnegación desalienta cualquier cosa hecha estrictamente para mi propio placer, y esto es lo que es: mis pulmones arden, mis músculos duelen, el placer feroz de una carrera a toda máquina. Sigo a los Intrepidez por la calle, giramos en una esquina y escucho un sonido familiar: el silbato del tren.
―Oh, no ―murmura el chico Sabiduría―. ¿Se supone que debemos saltar sobre esa cosa?
―Sí ―le digo sin aliento.
Es bueno que haya pasado tanto tiempo observando a los Intrepidez llegar a la escuela. La multitud se esparce en una larga línea. El tren se desliza hacia nosotros sobre las vías de acero, con su luz brillando y sonando su silbato. La puerta de cada vagón está abierta, esperando para que los chicos Intrepidez entren, y lo hacen, grupo por grupo, hasta que sólo quedan los nuevos Iniciados. Los nacidos Intrepidez Iniciados están ya acostumbrados a hacer esto, así que en un segundo sólo quedan los transferidos de Facción.
Doy un paso adelante con algunos otros y comienzo a avanzar despacio. Corremos junto al vagón por unos cuantos pasos y luego nos lanzamos hacia los costados. No soy tan alta ni tan fuerte como algunos de ellos, así que no puedo impulsarme dentro del vagón. Me aferro a una manija junto a la puerta, con mi hombro estrellándose contra el vagón. Mis brazos tiemblan, y finalmente una chica Sinceridad me sujeta y tira de mí hacia dentro. Jadeando, se lo agradezco.
Escucho un grito y miro por encima de mi hombro. Un chico Sabiduría pelirrojo y de baja estatura, se impulsa con sus brazos mientras trata de alcanzar el tren. Una chica Sabiduría cerca de la puerta llega y toma la mano del chico, esforzándose, pero él está muy por detrás. Cae de rodillas junto a las vías mientras nos alejamos, y pone la cabeza entre sus manos.
Me siento inquieta. Acaba de fallar la Iniciación a Intrepidez. Ahora no tiene Facción. Podría pasar en cualquier momento.
―¿Estás bien? ―La chica Sinceridad que me ayudó me pregunta animadamente. Ella es alta, con piel oscura y cabello corto. Es bonita.
Asiento con la cabeza.
―Soy Christina ―dice, ofreciéndome su mano.
No he estrechado una mano en mucho tiempo, tampoco. Abnegación se saludan unos a otros inclinando sus cabezas, con una señal de respeto. Tomo su mano con incertidumbre, y la agito dos veces, esperando no apretarla muy fuerte o no lo suficiente.
―Soy Beatrice ―le digo.
―¿Sabes a dónde vamos? ―Tiene que gritar sobre el viento, que sopla más fuerte a través de las puertas abiertas a cada segundo. El tren está ganando velocidad. Me siento en el suelo. Será más fácil mantener el equilibrio si estoy más cerca de él. Ella levanta una ceja hacia mí.
―Un tren a alta velocidad significa viento ―le digo―. Viento significa caer. Caerse.
Christina se sienta a mi lado, retrocediendo poco a poco para apoyarse contra la pared.
―Supongo que vamos a la sede de Intrepidez ―le digo―. Pero no sé dónde es eso.
―¿Alguien lo sabe? ―sacude la cabeza, sonriendo―. Es como si sólo salieran de un agujero en el suelo o algo así.
Entonces el viento asalta a través del vagón, y los otros transferidos de Facción son golpeados con ráfagas de aire, cayendo unos sobre otros. Veo reír a Christina sin escucharla y logro una sonrisa.
Por encima de mi hombro izquierdo, la luz naranja de la puesta del sol se refleja en el cristal de los edificios, y débilmente puedo ver las filas de casas grises que solían ser mi hogar.
Esta noche era el turno de Caleb para hacer la cena. ¿Quién ocupará su lugar, mi madre o mi padre? Y cuando limpien su habitación ¿Qué descubrirán? Imagino libros atascados entre el vestidor y la pared, libros bajo su colchón. La sed por el conocimiento de Sabiduría llenando todos los lugares ocultos en su habitación. ¿Siempre supo que elegiría Sabiduría? Y si lo hizo, ¿por qué no me di cuenta?
Qué buen actor era. El pensamiento me enferma del estómago porque a pesar de que también los abandoné, al menos yo no era buena para fingir. Al menos, todos ellos sabían que no era desinteresada.
Cierro los ojos e imagino a mi madre y mi padre sentados en la mesa durante la cena en silencio. ¿Es un persistente indicio de Abnegación lo que hace un nudo en mi garganta al pensar en ellos, o es egoísmo, porque sé que nunca seré su hija de nuevo?
* * * * *
―¡Están saltando!
Levanto la cabeza. Mi cuello me duele. He estado agachada con mi espalda contra la pared por al menos media hora, escuchando el rugido del viento y observando la mancha de la ciudad pasar junto a nosotros. Me incorporo. El tren ha reducido la velocidad en los últimos minutos, y veo al chico que gritó que está en lo correcto: los Intrepidez en los vagones delante de nosotros están saltando hacia afuera mientras el tren pasa junto a una azotea. La caída es de unos siete pisos de altura.
La idea de saltar de un tren en movimiento sobre una azotea, sabiendo que hay una brecha entre el borde del techo y la caída, me hacía querer vomitar. Me pongo de pie y tropiezo hacia el lado opuesto del vagón, donde los otros transferidos de Facción están de pie en una línea.
―Entonces, tenemos que saltar también ―dijo una chica Sinceridad. Tenía una nariz grande y los dientes torcidos.
―Genial ―un chico Sinceridad responde―, porque eso tiene mucho sentido, Molly. Saltar a un techo desde un tren.
―Esto es algo por lo que nos unimos, Peter ―señaló la chica.
―Bueno, no lo voy a hacer ―dijo un chico Concordia detrás de mí. Tiene piel olivácea y lleva una camiseta color marrón, es el único transferido de Concordia. Sus mejillas brillaban con lágrimas.
―Tienes que hacerlo ―dijo Christina ―, o fallarás. Vamos, todo estará bien.
―¡No, no lo estará! ¡Prefiero no tener Facción que estar muerto! ―El chico Concordia niega con la cabeza. Suena lleno de pánico. Siguió negando con la cabeza y mirando hacia la azotea, que estaba acercándose a cada segundo.
Yo no estoy de acuerdo con él. Preferiría estar muerta a estar vacía, como los Sin Facción.
―No pueden obligarlo ―digo, mirando a Christina. Sus ojos marrones están muy abiertos, y presiona sus labios juntos tan fuerte que cambian de color. Me ofrece su mano.
―Aquí ―dice. Levanto una ceja ante su mano, a punto de decir que no necesito ayuda, pero añade―. Yo sólo… no puedo hacerlo a menos que alguien me arrastre.
Tomo su mano y nos situamos en el borde del vagón. A medida que nos acercamos al techo, cuento. ―Uno… dos… ¡tres!
A la cuenta de tres nos lanzamos fuera del vagón del tren. Pasamos por un momento de ingravidez, y luego mis pies golpean en tierra firme y el dolor pincha a través de mis espinillas. El agitado aterrizaje me envía tumbándome sobre la azotea, con grava debajo de mi mejilla. Libero la mano de Christina y ella se ríe.
―Eso fue divertido ―dice ella.
Christina encajará con los buscadores de aventuras de Intrepidez. Quito los granos de piedras de mi mejilla. Todos los Iniciados, excepto el chico Concordia, lograron llegar al techo, con diferentes niveles de éxito. La chica Sinceridad con los dientes torcidos, Molly, quien sostiene su tobillo haciendo una mueca, y Peter, el chico con cabello brillante sonriendo con orgullo, debió haber aterrizado sobre sus pies.
Entonces escucho un gemido. Giro mi cabeza, buscando la fuente del sonido. Una chica Intrepidez se encuentra en el borde del techo, mirando el suelo debajo de nosotros, gritando. Detrás de ella, un chico Intrepidez la sostiene de la cintura para evitar que caiga.
―Rita ―dice él ―. Rita, cálmate. Rita…
Me pongo de pie y miro por encima del borde. Hay un cuerpo en el pavimento debajo de nosotros, una chica, sus brazos y piernas están doblados en ángulos poco habituales, su cabello se extiende en un abanico alrededor de su cabeza. Mi estómago se hunde y miro fijamente hacia las vías del tren. No todos lo lograron. Y ni siquiera los Intrepidez están a salvo.
Rita se deja caer sobre sus rodillas, sollozando. Me doy la vuelta. Cuanto más la observo, es más probable que me ponga a llorar, y no puedo llorar en frente de estas personas.
Me digo a mí misma, tan severamente como es posible, así es como funcionan las cosas aquí. Hacemos cosas peligrosas y las personas mueren. Las personas mueren, y pasamos a la siguiente cosa peligrosa. Entre más pronto la lección se fije, mejor será la oportunidad para sobrevivir a la Iniciación.
Ya no estoy muy segura de que sobreviviré.
Me digo a mi misma que contaré hasta tres, y cuando termine, seguiré adelante. Uno. Imagino el cuerpo de la chica en el pavimento, y un escalofrío me atraviesa. Dos. Escucho los sollozos de Rita y los murmullos tranquilizadores del chico detrás de ella. Tres.
Con los labios fruncidos, me alejo de Rita y del borde del techo.
Me arde el codo. Levanto mi manga para examinarlo con mi mano temblorosa. Parte de la piel está pelada, pero no está sangrando.
―¡Oh, escandaloso! ¡Una Estirada mostrando algo de piel!
Levanto la cabeza. “Estirada” es el sobrenombre para Abnegación, y soy la única aquí. Peter me señala, sonriendo. Escucho risas. Mis mejillas arden y dejo caer mi manga.
―¡Escuchen! ¡Mi nombre es Max! ¡Soy uno de los líderes de su nueva Facción! ―grita un hombre en el otro extremo del techo. Es mayor que los otros, con profundas arrugas en su piel oscura y cabello gris en las sientes, y está de pie en la plataforma como si fuera una acera. Como si alguien no acabara de caer hacia su muerte desde ahí―. Varios pisos debajo de nosotros está la entrada de los miembros a nuestro recinto. Si no pueden reunir la voluntad para saltar, no pertenecen aquí. Nuestros Iniciados tienen el privilegio de ir primero.
―¿Quiere que saltemos desde la plataforma? ―pregunta una chica Sabiduría. Ella es unos cuantos centímetros más alta que yo, con insípido cabello castaño y labios gruesos. Su boca cuelga abierta.
No sé por qué eso la sobresalta.
― Sí ―dice Max, quien luce divertido.
―¿Hay agua en el fondo o algo así?
―¿Quién sabe? ―levanta las cejas.
La multitud frente a los Iniciados se divide en dos, haciendo un amplio camino para nosotros. Miro a mi alrededor. Nadie luce dispuesto a saltar del edificio, sus ojos están en todas partes menos en Max. Algunos de ellos se curan heridas leves o quitan grava de sus ropas. Echo un vistazo a Peter. Él está tirando de una de sus cutículas. Tratando de actuar casual.
Me siento orgullosa. Me meterá en problemas algún día, pero hoy me hace sentir valiente. Camino hacia la plataforma y escucho risas disimuladas detrás de mí. Max se hace a un lado, dejándome el camino libre. Me acerco al borde y miro hacia abajo. El viento azota a través de mi ropa, haciendo chasquear la tela. En el edificio en el que estoy, forma uno de los lados de un cuadrado junto con otros tres edificios. En el centro de la plaza se encuentra un enorme agujero de concreto. No puedo ver lo que está en el fondo de él.
Esta es una táctica de intimidación. Aterrizaré a salvo en el fondo. Ese conocimiento es la única cosa que me ayuda a pisar la plataforma. Mis dientes castañean. No puedo retroceder ahora. No con todas esas personas apostando a que fallaré detrás de mí. Mis manos buscan a tientas a lo largo del cuello de mi camisa y encuentro el botón que la asegura cerrada. Después de varios intentos, desabrocho los ganchos desde el cuello hasta el dobladillo y tiro de ella sobre mis hombros.
Debajo de ella, llevo puesta una camiseta gris. Es más ajustada que cualquier otra ropa que tengo, y nadie me ha visto en ella antes. Hago bola mi camisa exterior y miro por encima de mi hombro, a Peter. Tiro la bola de tela hacia él tan fuerte como puedo, con mi mandíbula apretada. Le golpea en el pecho. Él me mira fijamente y escucho abucheos y gritos detrás de mí.
Miro hacia el agujero de nuevo. La carne de gallina se eleva por mis pálidos brazos, y mi estómago se tambalea. Si no lo hago ahora, no seré capaz de hacerlo en absoluto. Trago fuertemente.
No lo pienso. Sólo doblo las rodillas y salto.
El aire aúlla en mis oídos mientras el suelo se agita hacia mí, creciendo y expandiéndose, o soy yo la que se agita hacia la tierra, mi corazón late tan rápido que duele, cada músculo de mi cuerpo se tensa mientras la sensación de caer arrastra mi estómago. El agujero me rodea y caigo dentro de la oscuridad.
Golpeo contra algo duro. Se abre camino debajo de mí y acuna mi cuerpo. El impacto me saca el aire y jadeo, luchando por respirar de nuevo. Mis brazos y piernas pican.
Una red. Hay una red en el fondo del agujero. Levanto la vista hacia el edificio y río, en parte aliviada y en parte histérica. Mi cuerpo tiembla y me cubro el rostro con las manos. Acabo de saltar de un tejado.
Tengo que estar en tierra firme de nuevo. Veo un par de manos extendiéndose hacia mí en el borde de la red, así que tomo la primera que alcanzo y tiro de mí a través de ella. Me ruedo, y hubiera caído de bruces sobre un piso de madera si él no me hubiera atrapado.
“Él” es el joven sujeto junto a la mano que tomé. Su labio superior es delgado y el inferior es grueso. Sus ojos son tan profundos que sus pestañas tocan la piel debajo de sus cejas, son color azul oscuro, un soñador, adormilado y anhelante color.
Sus manos sostienen mis brazos, pero me libera un momento después de ponerme de pie de nuevo.
―Gracias ―le digo.
Estamos en una plataforma cerca tres metros y medio por encima del suelo. A nuestro alrededor está una amplia caverna.
―No lo puedo creer ―dice una voz detrás de él. Pertenece a una chica de cabello oscuro con tres anillos de plata a través de su ceja derecha. Ella me sonríe―. ¿Una “Estirada” fue la primera en saltar? Nunca lo había visto.
―Hay una razón por la cual los dejó, Lauren ―dice él. Su voz es profunda y retumba―. ¿Cuál es tu nombre?
―Um… ―No sé por qué dudo. Pero “Beatrice” sólo ya no suena bien.
―Piensa en ello ―dice él, con una ligera sonrisa curvando sus labios―. No puedes escoger uno de nuevo.
Un nuevo lugar, un nuevo nombre. Puedo rehacerme aquí.
―Tris ―le digo con firmeza.
―Tris ―repite Lauren, sonriendo―. Haz el anuncio, Cuatro.
El chico, Cuatro, mira sobre su hombro y grita ―¡La primera en saltar, Tris!
Una multitud se materializa en la oscuridad mientras mis ojos se ajustan. Ellos aclaman y levantan sus puños, y entonces otra persona cae en la red. Sus gritos la siguen hacia abajo. Christina. Todos ríen, pero acompañan sus risas con más aplausos.
Cuatro pone su mano en mi espalda y dice: ―Bienvenida a Intrepidez.
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