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Capítulo VII

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 17, 2012 2:14 pm

Cuando todos los Iniciados estuvimos de pie sobre tierra firma de nuevo, Lauren y Cuatro nos guían hacia abajo por un estrecho túnel. Las paredes están hechas de piedra, y el techo está en declive, así que siento como si estuviera descendiendo profundamente hacia el corazón de la tierra. El túnel está iluminado por largos intervalos, así que en los espacios oscuros entre cada débil linterna, tengo el temor de estar perdida hasta que unos hombros chocan los míos. En los ciclos de luz estoy a salvo de nuevo.
El chico de Sabiduría al frente de mí se detiene abruptamente, y choco contra él, golpeando mi nariz en su hombro. Me tambaleo hacia atrás y froto mi nariz mientras recobro mis sentidos. La multitud entera se ha detenido y nuestros tres líderes están de pie enfrente de nosotros, sus brazos doblados.
―Aquí es donde nos dividimos ―dice Lauren―. Los Iniciados nacidos en Intrepidez están conmigo. Asumo que ustedes no necesitan un tour del lugar.
Ella sonríe y hace señas a los Iniciados nacidos en Intrepidez. Ellos se apartan del grupo y desaparecen en las sombras. Observo el último talón salir de la luz y miro a aquellos de nosotros que quedamos. La mayoría de los Iniciados eran de Intrepidez, así que sólo quedan nueve personas. De aquellos, yo soy la única transferida de Abnegación, y no hay transferidos de Concordia. El resto son de Sabiduría y sorpresivamente, de Sinceridad. Debe requerir valentía ser honesto todo el tiempo. Yo no podría.
Cuatro nos dirige la palabra a continuación. ―La mayoría del tiempo trabajo en el cuarto de control, pero las pocas semanas que siguen, seré su instructor ―dice―. Mi nombre es Cuatro. Christina pregunta: ―¿Cuatro? ¿Cómo el número?
―Si ―dice Cuatro―. ¿Hay algún problema?
―No.
―Bien. Estamos a punto de entrar en El Foso, el cual algún día aprenderán a amar.
Christina ríe con disimulo. ―¿El Foso? Ingenioso nombre.
Cuatro se acerca Christina e inclina su cara cerca a la de ella. Sus ojos se estrechan, y por un segundo sólo se queda mirándola.
―¿Cuál es tu nombre? ―pregunta él calmadamente.
―Christina ―chilla ella.
―Bueno Christina, si yo quisiera soportar bocas inteligentes de Sinceridad, me habría unido a su bando ―sisea―. La primera lección que tú aprenderás de mí es mantener la boca cerrada. ¿Se entiendes?
Ella asiente.
Cuatro echa a andar hacia la sombra al final del túnel. La multitud de Iniciados avanza en silencio.
―Qué idiota ―masculla ella.
―Supongo que no le gusta que se rían de él ―replico yo.
Probablemente será sabio ser cuidadosa con Cuatro, me doy cuenta. Parecía tranquilo para mí en la plataforma pero algo acerca de esa calma me hace ser precavida ahora.
Cuatro empuja para abrir un conjunto de puertas dobles y entramos en el lugar que él llama “El Foso”.
―Oh ―susurra Christina―, lo entiendo.
“Foso” es la mejor palabra para eso. Es una caverna subterránea tan enorme que no puedo ver el otro extremo desde donde estoy parada, que es en el fondo. Paredes de rocas desniveladas se alzan varios pisos por encima de mi cabeza. Construidos dentro de las paredes de rocas hay lugares para comida, ropa, provisiones, actividades de ocio. Estrechos caminos y gradas talladas en la roca los unen. No hay barreras para impedir que las personas se caigan por el borde.
Un ángulo de luz naranja se estira por una de las paredes de piedra. Moldeando el techo del Foso hay paneles de vidrio y, encima de ellos, hay una construcción que deja entrar la luz solar. Debe haberse visto como sólo otra edificación de la ciudad cuando lo pasamos en el tren.
Linternas están colgadas en intervalos aleatorios arriba de los caminos de piedra, similares a los que alumbraban el cuarto de Selección. Se vuelven más brillantes a medida que la luz solar disminuye. Las personas están en todo lugar, todos vestidos de negro, todos chillando y hablando, elocuentemente, haciendo gestos. No veo ninguna persona mayor en la multitud. ¿Hay alguna persona mayor de Intrepidez? ¿No viven tanto tiempo, o simplemente son despachados cuando ya no pueden saltar de un tren en movimiento?
Un grupo de niños baja corriendo por un camino estrecho sin pegar un grito, tan rápido que mi corazón martillea, y quiero gritarles que bajen la velocidad antes de que se lastimen. Un recuerdo de las ordenadas calles de Abnegación aparece en mi mente: una fila de personas a la derecha pasando a una fila de personas a la izquierda, pequeñas sonrisas, cabezas inclinadas y silencio. Mi estómago se retuerce. Pero hay algo maravilloso acerca del caos de Intrepidez.
―Si ustedes me siguen ―dice Cuatro―. Les mostraré el Abismo.
Nos hace señas con las manos hacia delante. La apariencia de Cuatro parece dócil desde el frente, debido a los estándares de Intrepidez, pero cuando se da la vuelta veo un tatuaje asomándose fuera del cuello de su camiseta. Nos dirige hacia el lado derecho del Foso, el cual esta llamativamente oscuro. Entrecierro los ojos y veo que el piso donde estoy parada ahora termina en una verja de hierro. Mientras nos acercamos a la verja, escucho un estruendo: agua, movimientos rápidos de agua, embistiendo contra las rocas.
Examino la orilla. El piso disminuye en una ángulo puntiagudo, y varios pisos debajo de nosotros hay un rio. Efusiva agua golpea la pared debajo de mí y se rocía hacia arriba. A mi izquierda, el agua está en calma, pero a mi derecha, es cándida, batallando con las rocas.
―¡El Abismo nos recuerda que hay una delgada línea entre valentía y estupidez! ―grita Cuatro―. Un temerario que salte desde esta saliente terminará con su vida. Ha pasado antes y pasara de nuevo. Han sido advertidos.
―Esto es increíble ―dice Christina, mientras todos nos alejamos de la verja.
―Increíble es la palabra ―digo, asintiendo.
Cuatro dirige al grupo de Iniciados a través del Foso hacia un enorme agujero en la pared. El cuarto de más allá está lo suficiente bien iluminado por lo que puedo ver a dónde vamos: un salón comedor lleno de personas y estrepitosa platería. Cuando entramos, los Intrépidos adentro se paran y aplauden. Golpean el suelo con los pies. Gritan. El ruido me rodea y me llena. Christina sonríe, y un segundo más tarde, lo mismo hago yo.
Buscamos asientos libres. Christina y yo descubrimos una mesa en su mayoría vacía a un lado del cuarto, y me encuentro sentada entre ella y Cuatro. En medio de la mesa hay una bandeja de comida que no reconozco: trozos circulares de carne acuñados entre rodajas de pan. Aprieto uno entre mis dedos, insegura sobre de qué está hecho.
Cuatro me da un codazo.
―Es carne de res ―dice él ―. Ponle esto. ―Me pasa un pequeño tazón lleno de salsa roja.
―¿Nunca has comido una hamburguesa? ―me pregunta Christina, sus ojos muy abiertos.
―No ―digo―. ¿Es así como se llama?
―Los Estirados comen comida natural ―dice Cuatro, asintiendo con la cabeza a Christina.
―¿Por qué? ―pregunta ella
Me encojo de hombros. ―La extravagancia es considerada inmoderada e innecesaria.
Ella sonríe burlonamente. ―No me sorprende que te fueras.
―Si ―digo, rodando los ojos―. Fue sólo por la comida
La esquina de la boca de Cuatro se tuerce.
Las puertas de la cafetería se abren, y un silencio cae en el cuarto. Miro sobre mi hombro. Un joven entra, y el cuarto está tan silencioso que logro oír sus pisadas.
Su cara esta horadada en tantos lugares que pierdo la cuenta, y su pelo es largo, oscuro, y grasoso. Pero eso no es lo que lo hace verse amenazador. Es la frialdad en sus ojos mientras pasa a través del cuarto.
―¿Quién es ese? ―sisea Christina.
―Su nombre es Eric ―dice Cuatro―. Él es un líder de Intrepidez.
―¿En serio? Pero es tan joven.
Cuatro le da una mirada seria. ―La edad no importa aquí.
Puedo decir que ella está apunto de preguntar lo que yo quiero preguntar: ¿Entonces qué sí importa?
Pero los ojos de Eric paran de escudriñar el cuarto, y se dirige hacia una mesa. Se dirige hacia “nuestra” mesa y se deja caer en el asiento a lado de Cuatro. Él no ofrece ningún saludo, así que tampoco lo hacemos nosotros.
―¿Bueno, no vas a presentarme? ―pregunta él, asintiendo la cabeza a Christina y a mí. Cuatro dice―: Esta es Tris y Christina.
―Oh, una Estirada ―dice Eric, sonriéndome tontamente. Ésta tira de las perforaciones en sus labios, volviendo más amplios los agujeros que ellas ocupan, y me estremezco―. Veremos cuánto duras.
Tengo la intención de decir algo ―de asegurarle que yo duraré, tal vez― pero las palabras me fallan. No entiendo por qué, pero no quiero que Eric me mire por más tiempo de lo que ya hace. No quiero que él me mire nunca más.
Él da golpecitos a la mesa con sus dedos. Sus nudillos están cubiertos de costras, justo donde se cortaría si golpeara algo demasiado fuerte.
―¿Qué has estado haciendo últimamente, Cuatro? ―pregunta él.
Cuatro levanta un hombro. ―Nada, en realidad ―dice.
¿Son amigos? Mis ojos se mueven rápidamente entre Eric y Cuatro. Todo lo que Eric hizo ―sentarse aquí, preguntar por Cuatro― sugiere que lo son, pero la manera en que Cuatro se sienta, tenso como si jalara de un alambre, sugiere que son algo más. Rivales, tal vez, pero cómo puede ser, ¿si Eric es un líder y Cuatro no lo es?
―Max me dice que sigue intentando ponerse en contacto contigo y tú no apareces ―dice Eric ―. Me pidió que averiguara qué estaba pasando contigo.
Cuatro mira a Eric por unos pocos segundos antes de decir: ―Dile que estoy satisfecho con la posición que actualmente tengo.
―Así que quiere darte un trabajo.
Las argollas en las cejas de Eric atrapan la luz. Tal vez él percibe a Cuatro como una potencial amenaza a su puesto. Mi padre dice que aquellos que quieren poder viven con miedo de perderlo. Es por eso que nosotros tenemos que darle el poder a aquellos que no lo desean.
―Al parecer ―dice Cuatro.
―Y tú no estás interesado.
―No he estado interesado por dos años.
―Bueno ―dice Eric―. Esperemos que él comprenda, entonces.
Él le da unas palmaditas a Cuatro en el hombro, un poco demasiado fuertes, y se levanta. Cuando se aleja, me encorvo inmediatamente. No me había dado cuenta lo tensa que estaba.
―¿Ustedes dos son… amigos? ―digo, incapaz de contener mi curiosidad.
―Estamos en las mismas clases de Iniciación ―dice―. Se transfirió de Sabiduría.
Todas las ideas de ser cuidadosa alrededor de Cuatro me dejaron. ―¿Tú también fuiste transferido?
―Pensé que solo habría problemas con los Sinceros haciendo demasiadas preguntas ―dice él fríamente―. ¿Ahora también tengo Estirados?
―Debe ser porque tú eres tan accesible ―digo rotundamente―. Ya sabes, como una cama de clavos.
Él se me queda mirando, y yo no aparto la mirada. No es un perro, pero se aplican las mismas reglas. Apartar la mirada es sumiso. Mirarlo a los ojos es un desafío. Es mi elección.
El Calor se precipita a mis mejillas. ¿Qué pasara cuando esta tensión se rompa?
Pero él solo dice: ―Cuidado Tris.
Mi estómago desciende como si acabara de tragar una piedra. Un miembro de Intrepidez en la otra mesa grita el nombre de Cuatro, y me volteo hacia Christina. Ella levanta ambas cejas.
―¿Qué? ―pregunto.
―Estoy desarrollando una teoría.
―¿Cuál es?
Ella toma su hamburguesa, sonríe, y dice. ―Que tienes un deseo de matar.
* * * * *
Después de la cena, Cuatro desaparece sin decir una palabra. Eric nos guía hacia abajo a una serie de pasadizos sin decirnos a dónde vamos. No sé por qué un líder de Intrepidez sería responsable de un grupo de Iniciados, pero tal vez es sólo por esta noche.
Al final de cada pasadizo hay una lámpara azul, pero entre ellas está oscuro, y tengo que ser cuidadosa de no tropezarme con un piso desnivelado. Christina camina detrás de mí en silencio. Nadie nos dijo que estuviéramos tranquilos, pero ninguno de nosotros habla.
Eric se detiene en frente de una puerta de madera y dobla los brazos. Nosotros nos reunimos alrededor de él.
―Para aquellos que no lo saben, mi nombre es Eric ―dice―. Soy uno de los cinco líderes de Intrepidez. Aquí tomamos el proceso de Iniciación muy en serio, así que me ofrecí voluntariamente para supervisar la mayor parte de su entrenamiento.
El pensamiento me revuelve el estómago. La idea de que un jefe de Intrepidez supervise nuestra Iniciación es suficientemente mala, pero el hecho de que sea Eric hace que parezca mucho peor.
―Estas son algunas reglas de comportamiento ―dice él―, tienen que estar en el cuarto de entrenamiento a las ocho en punto cada día. El entrenamiento ocurre cada día de ocho a seis, con un receso para almorzar. Son libres de hacer lo que sea que quieran después de la seis. También obtendrán algo de tiempo libre entre cada fase de la Iniciación.
La frase “Hacer lo que sea que quieran” se mete en mi mente. En casa, yo nunca podía hacer lo que quería, ni siquiera por una noche. Tenía que pensar en las necesidades de otras personas primero. Ni siquiera sé que me gusta hacer.
―Solamente están autorizados a dejar el recinto cuando los acompañe un Intrépido ―agrega Eric―. Detrás de esta puerta hay un cuarto donde dormirán por las siguientes pocas semanas. Notarán que hay diez camas y ustedes son sólo nueve. Anticipamos que una proporción superior de ustedes llegaría hasta aquí.
―Pero empezamos con doce ―protesta Christina. Cierro los ojos y espero la reprimenda. Ella necesita aprender a mantenerse calmada.
―Hay siempre al menos un transferido que no llega al recinto ―dice Eric, jugando con sus cutículas. Se encoge de hombros―. De todas formas, en la primera fase de la Iniciación mantenemos a los transferidos y a los Iniciantes nacidos en Intrepidez separados, pero eso no significa que ustedes son evaluados separadamente. Al final de la Iniciación, sus categorías serán decididas en contraste con las Iniciantes nacidos en Intrepidez. Y ellos ya son mejores que ustedes. Así que espero…
―¿Categorías? ―pregunta una chica con pelo casi gris a mi derecha―. ¿Por qué somos clasificados?
Eric sonríe, y en la luz azul, ésta se ve malvada, como si estuviera tallada en su cara con un cuchillo.
―Sus categorías sirven para dos cosas ―dice él―. La primera es que determina el orden en el cual elegirán un trabajo después de la Iniciación. Hay solo unas pocas posiciones deseables y disponibles.
Mi estómago se tensa. Yo sé al mirar su sonrisa, como supe en el segundo en
que entré al cuarto de la prueba de aptitud, que algo malo estaba a punto de pasar.
―El segundo propósito ―dice él―. Es que solo los diez primeros se integrarán.
El dolor apuñala mi corazón. Todos permanecemos inmóviles como estatuas. Y luego Christina dice: ―¿Qué?
―Hay once Iniciantes nacidos en Intrepidez, y nueve de ustedes ―continúa Eric―. Cuatro Iniciantes serán suprimidos al final de la fase uno. El resto será suprimido después del examen final.
Eso significa que aún si pasamos a través de cada fase de la Iniciación, seis Iniciantes no serán miembros. Veo a Christina observarme por el rabillo de mi ojo, pero yo no puedo volver la mirada hacia ella. Mis ojos están fijos en Eric y no se moverán.
Mis posibilidades, como la Iniciante más pequeña, así como la única transferida de Abnegación, no son buenas.
―¿Qué hacemos si somos suprimidos? ―dice Peter.
―Dejarán el recinto de Intrepidez ―dice Eric indiferentemente―. Y vivirán Sin Facción.
La chica con el cabello casi gris sujeta la mano en su boca y contiene un sollozo. Yo recuerdo al hombre Sin Facción con los dientes grises, arrebatando la bolsa de manzanas de mis manos. Sus ojos fijos y apagados. Pero en lugar de llorar, como la chica de Sabiduría, me siento más fría. Más dura.
Seré un miembro. Lo haré.
―Pero eso… no es justo ―dice la chica de Sinceridad de anchos hombros, Molly. Aún cuando suena enojada, se ve aterrada―. Si nosotros hubiéramos sabido…
―¿Estás diciendo que si ustedes hubieran sabido esto antes de la Ceremonia de Selección, no habrías escogido Intrepidez? ―contesta Eric bruscamente―. Porque si ese es el caso, deberían largarse ahora. Si realmente son uno de nosotros, no les importará que puedan fallar. Y si lo hacen, son unos cobardes.
Eric empuja para abrir la puerta del dormitorio.
―Ustedes nos escogieron ―dice él ―. Ahora nosotros tenemos que escogerlos.
* * * * *
Me acuesto en la cama y escucho a nueve personas respirar.
Nunca he dormido en el mismo cuarto que un hombre antes, pero aquí no tengo otra opción, a menos que quiera dormir en el pasadizo. Todos los demás se cambiaron a las ropas que Intrepidez nos proveyó, pero yo duermo con las ropas de Abnegación, las cuales aún huelen como sopa y aire fresco, como casa.
Solía tener mi propio cuarto. Podía ver el jardín delantero desde mi ventana, y más allá de eso, el horizonte brumoso. Estoy acostumbrada a dormir en silencio.
El calor se dilata detrás de mis ojos mientras pienso en casa, y cuando pestañeo, una lágrima se escapa. Cubro mi boca para contener un sollozo.
No puedo llorar, no aquí. Tengo que calmarme.
Todo estará bien aquí. Puedo mirar mi reflejo cada vez que quiera. Puedo ser amiga de Christina, y cortarme el cabello, y dejar que las otras personas limpien sus propios desastres. Mis manos tiemblan y mis lágrimas descienden más rápido ahora, nublando mi visión.
No importa si la próxima vez que vea a mis padres, en el Día de Visitas, ellos apenas me reconozcan; si es que llegan a hacerlo. No importa si me duele recordar incluso rapidísimo sus caras. Incluso la de Caleb, a pesar de lo mucho que sus secretos me lastiman. Armonizo mis inhalaciones con las de los demás Iniciantes, y mis exhalaciones con las suyas. No importa.
Un fuerte sonido interrumpe la respiración, seguido de un pesado sollozo. Una cama chirria mientras un largo cuerpo se voltea, y una almohada amortigua los sollozos, pero no lo suficiente.
Estos vienen de la litera a lado de la mía, pertenecen a un chico de Sinceridad, Al, él más alto y ancho de los Iniciantes. Él es la última persona que esperaba que rompiera a llorar.
Sus pies están a solo pulgadas de mi cabeza. Debería confortarlo, debería querer confortarlo, porque fui criada de esa manera. En lugar de aquello siento indignación. Alguien que se ve tan fuerte no debe actuar tan débil. ¿Por qué no puede aguantar su llanto como el resto de nosotros?
Trago duro.
Si mi madre supiera lo que estoy pensando. Yo sé qué mirada me daría. Las esquinas de su boca bajarían. Sus cejas se pondrían en el punto bajo de sus ojos; no frunciendo el ceño, sino que casi cansada. Yo pasaría la palma de mi mano encima de mi mejilla.
Al solloza de nuevo. Casi siento el sonido rechinar en mi propia garganta. Está a solo centímetros de mí, debería tocarlo.
No, bajo mi mano y ruedo sobre mi costado, mirando a la pared. Nadie tiene que saber que no quiero ayudarlo. Puedo mantener ese secreto bajo tierra. Mis ojos se cierran y siento la influencia del sueño, pero cada vez que me acerco, escucho a Al de nuevo.
Tal vez mi problema no es que no pueda ir a casa. Extrañaré a mi madre, a mi padre y Caleb, y la noche de luz de fuego y el golpeteo de las agujas de tejer de mi mamá, pero esa no es la única razón de esta hueca sensación en mi estómago.
Mi problema es que aún si fuera a casa, no pertenecería a ahí, junto a las personas que dan sin pensar y son compasivas sin intentarlo.
Las ideas hacen que mis dientes se aprieten. Pongo la almohada alrededor de mis oídos para bloquear el llanto de Al, y me duermo con un circulo de humedad presionando mi mejilla.
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