Capítulo XI
:: Divergente :: Divergente I
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Capítulo XI
La mañana siguiente, no escucho la alarma ni pies arrastrándose, o conversaciones mientras los otros Iniciados se arreglaban. Me levanto con Christina sacudiendo mi hombro con una mano y golpeando mi mejilla con la otra. Ella ya lleva un abrigo negro abrochado hasta el cuello. Si tiene moretones de la pelea de ayer, su piel oscura los hace difícil de ver.
―Vamos ―dice ella―. Levántate y muévete.
Soñé que Peter me amarró a una silla y me preguntaba si era Divergente. Respondí que no, y me golpeó hasta que dije que sí. Me levanté con las mejillas húmedas.
Quiero decir algo, pero todo lo que puedo hacer es quejarme. Mi cuerpo me duele tanto que hasta me duele respirar. No ayuda que el ataque de llanto de anoche hizo que mis ojos se hincharan. Cristina me ofrece su mano.
En el reloj se leen las ocho. Se supone que debemos estar en las pistas a las ocho y cuarto.
―Correré y nos conseguiré el desayuno. Tú sólo… arréglate. Parece que te va a tomar un rato ―dice ella.
Gruño. Tratando de no doblar la cintura, busco a tientas en el cajón de debajo de mi cama por una camisa limpia. Por suerte, Peter no está aquí para ver mi lucha. Una vez que Christina se va, el dormitorio está vacío.
Desabrocho mi camisa y miro mi costado desnudo, el cual está lleno de moretones. Por un segundo los colores me dejan boquiabierta, de color verde brillante, azul oscuro y marrón. Me cambio tan rápido como puedo y dejo mi cabello suelto porque no puedo levantar los brazos para amarrármelo.
Miro mi reflejo en el pequeño espejo en la pared trasera y veo a una extraña. Es rubia como yo, con una cara angosta como la mía, pero allí es donde las similitudes paraban. Yo no tenía un ojo negro, un labio partido y una quijada magullada. Yo no soy pálida como una servilleta. Ella no podía ser yo, aunque ella se movía cuando yo me movía.
Para el momento en que Christina vuelve, con un panecillo en cada mano, estoy sentada en el borde de mi cama, viendo mis zapatos desatados. Tengo que inclinarme para atarlos. Dolerá cuando me incline.
Pero Christina simplemente me pasa un panecillo y se agacha enfrente de mí para amarrar mis zapatos. La gratitud surge en mi pecho, cálida y parecido a una aflicción. Tal vez hay un Abnegación en todos, incluso aunque no lo sepan.
Bueno, en todos menos en Peter.
―Gracias ―le digo.
―Bueno nunca llegaríamos a tiempo si las tuvieses que atar tú misma ―dice ella―. Vamos. Puedes comer y caminar al mismo tiempo, ¿no?
Caminamos rápido a través de La Fosa. El panecillo es de banana, con nueces. Mi madre horneó pan como este una vez para dárselo a los Sin Facción, pero nunca lo probé.
Yo era demasiado grande para mimos a esas alturas. Ignoro el pellizco en el estómago que viene cada vez que pienso en mi madre y medio camino, medio corro detrás de Christina, que se olvida de que sus piernas son más largas que las mías.
Subimos los peldaños de la Fosa al edificio de vidrio encima de ella y corremos a la salida. Cada golpazo en mis pies emana dolor hacia mis costillas, pero lo ignoro. Llegamos a las vías justo cuando el tren llega, su claxon resonando.
―¿Qué te tomó tanto tiempo? ―grita Will por encima del pitido.
―Piernas Rechonchas aquí presente se volvió una anciana durante toda la noche ―dice Christina.
―Oh, cállate. ―digo sólo medio en broma.
Cuatro se mantiene al frente del grupo, tan cerca de las vías que si se mueve un solo centímetro hacia adelante, el tren arrancaría su nariz. Da un paso hacia atrás para que los otros vayan primero.
Will se encarama dentro del vagón con alguna dificultad, aterrizando primero en su estómago y luego arrastrando las piernas detrás de él. Cuatro agarra la manija al lado del vagón y se impulsa suavemente, como si no tuviera más de dos metros de cuerpo con los que lidiar.
Corro cerca del vagón, haciendo una mueca, y luego aprieto los dientes y agarro la manija a un lado. Esto va a doler.
Al me agarra debajo de cada brazo y me levanta fácilmente dentro del vagón. El dolor brota través de mi costado, pero sólo dura un segundo. Veo a Peter detrás de él, y mis mejillas se calientan.
Al estaba tratando de ser agradable, así que le sonrió, pero deseo que la gente no quisiera ser tan agradable. Como si Peter no tuviera suficiente argumento ya.
―¿Sintiéndote mejor? ―dice Peter, dándome una mirada que simulaba simpatía, sus labios curvándose hacia abajo y sus cejas arqueadas juntas―. ¿O estás un poco…? ¿Estirada?
Se echa a reír de su broma y Molly y Drew se le unen. Molly tiene una risa horrible, siempre resoplando y sacudiendo los hombros, y Drew no se pronuncia, por lo que casi parece que está adolorido.
―Estamos todos impresionados por tu increíble ingenio ―dice Will.
―Sí, ¿Estás seguro que no perteneces a Sabiduría, Peter? ―añade Christina―. Me han dicho que no se oponen a las mariquitas.
Cuatro, parado en la puerta, habla antes de que Peter pueda responder.
―¿Tengo que escuchar todas sus disputas camino a la cerca?
Todo el mundo se calla, y Cuatro se voltea a la apertura del vagón. Sostiene las asas a ambos lados, sus brazos extendidos a lo ancho, y se inclina hacia adelante para que la mayoría de su cuerpo esté fuera del vagón, aunque sus pies quedan en el interior. El viento presiona su camisa contra su pecho. Trato de mirar a través de él lo que estamos atravesando, un mar de amontonados edificios abandonados que se vuelven más pequeños mientras seguimos.
Cada pocos segundos, sin embargo, mis ojos se vuelven hacia Cuatro. No sé qué espero ver, o qué quiero ver, si es algo. Pero lo hago sin pensar.
Le pregunto a Christina
―¿Qué crees que hay allá afuera? ―señalo hacia la puerta―. Me refiero, más allá de la valla.
Ella se encoje de hombros.
―Un montón de granjas, supongo.
―Sí, pero me refiero… pasando las granjas. ¿De qué estamos cuidando a la ciudad?
Ella agita sus dedos hacia mí.
―¡Monstruos!
Pongo los ojos en blanco.
―Ni siquiera teníamos guardias cerca de la valla hasta hace cinco años ―dijo Will―. ¿No recuerdas cuando la policía de Intrepidez solía patrullar el sector de los Sin Facción?
―Sí ―digo. También recuerdo que mi padre fue una de esas personas que votaron para sacar a los de Intrepidez del sector de la ciudad de los Sin Facción. Decía que los pobres no necesitaban policías, ellos necesitaban ayuda, y nosotros podíamos dársela. Pero prefiero no mencionar eso ahora, o aquí. Es una de las muchas cosas que los Sabiduría daban como evidencia de la incompetencia de Abnegación.
―Oh, cierto ―dice él―. Apuesto a que los viste todo el tiempo.
―¿Por qué dices eso? ―pregunto, de una manera un poco brusca. No quiero ser relacionada tan de cerca con los Sin Facción.
―Porque tenías que pasar por el sector de los Sin Facción para ir a la escuela, ¿no?
―¿Qué hiciste, te memorizaste el mapa de la ciudad por diversión? ―dice Christina.
―Si ―dice Will, luciendo confuso―. ¿Tú no?
Chillan los frenos del tren, y todos damos un bandazo hacia adelante mientras el vagón va más lento. Estoy muy agradecida por el movimiento, hace más fácil estar de pie. Los edificios en ruinas ya no están, reemplazados por los campos de color amarillo y las vías del tren. El tren se detiene bajo una cubierta. Me bajo hacia la hierba sosteniendo la manilla para mantenerme equilibrada.
En frente de mi hay una valla metálica con alambre de púas en la parte superior. Cuando camino hacia adelante, noto que continua más allá de lo que puedo ver, perpendicular en el horizonte. Pasando la valla hay un grupo de árboles, la mayoría de ellos muertos, algunos verdes.
Dando vueltas al otro lado de la valla están los guardias con armas de fuego de Intrepidez.
―Síganme ―dice Cuatro. Me mantengo cerca de Christina. No quiero admitirlo, ni siquiera a mí misma, pero me siento más calmada cuando estoy cerca de ella. Si Peter trata de burlarse de mí, ella me defenderá. En silencio, me regaño por ser tan cobarde. Los insultos de Peter no me molestan, y yo debería concentrarme en mejorar el combate, no en lo mal que lo hice ayer. Y debo estar dispuesta, aunque no sea capaz, de defenderme en vez de depender de otras personas para que lo hagan por mí.
Cuatro nos guía hacia la puerta, la cual es tan ancha como una casa y se abre a la carretera agrietada que conduce a la ciudad. Cuando vine para acá con mi familia cuando era niña, nos montamos en un autobús hacia la carretera y más allá, a las granjas de Concordia, donde pasamos el día recogiendo tomates y sudando a través de nuestras camisas.
Otro pinchazo en mi estómago.
―Si no clasifican entre los cinco primeros al final de la Iniciación, probablemente van a terminar aquí ―dice Cuatro cuando llega a la puerta―. Una vez que eres un guardia de la cerca, hay un cierto potencial para avanzar, pero no mucho. Pueden ser capaces de ir más allá de las patrullas en las granjas de Concordia, pero…
―¿Patrullas para qué propósito? ―pregunta Will.
Cuatro levanta un hombro.
―Supongo que lo descubrirás si te encuentras entre ellos. Como estaba diciendo. Para la mayoría, esos quienes vigilan la cerca cuando son jóvenes continúan vigilando la cerca. Si les conforta, algunos de ellos insisten es que no es tan malo como parece.
―Sí. Al menos no manejaremos buses o limpiaremos el desastre de otras personas como los Sin Facción ―susurra Christina en mi oído.
―¿Qué rango fuiste tú? ―pregunta Peter a Cuatro.
No espero que Cuatro conteste, pero el mira fríamente a Peter y dice: ―Yo fui el primero.
―¿Y elegiste hacer esto? ―Los ojos de Peter son anchos, redondos y verdes. Hubiesen lucido inocentes si no supiera la horrible persona que es―. ¿Por qué no obtuviste un trabajo del gobierno?
―No quería uno ―dijo Cuatro categóricamente. Recuerdo lo que él dijo el primer día, acerca de trabajar en el cuarto de control, donde los de Intrepidez monitoreaban la seguridad de la ciudad. Es difícil imaginárselo allí, rodeado de computadoras. Para mí él pertenecía a la sala de entrenamiento.
Aprendimos sobre los trabajos de las Facciones en la escuela. Los de Intrepidez tenían opciones limitadas. Podíamos guardar la cerca o trabajar por la seguridad de nuestra ciudad. Podíamos trabajar en el recinto de Intrepidez, dibujando tatuajes o haciendo armas o incluso peleando con otros por entretenimiento. O podíamos trabajar para los líderes de Intrepidez. Esa sonaba como la mejor opción para mí.
El único problema era que mi rango es terrible. Y debo estas Sin Facción para el final de la primera fase.
Paramos en la próxima puerta. Unos pocos de Intrepidez miran en nuestra dirección pero no muchos. Están muy ocupados abriendo las puertas, las cuales son dos veces más altas que ellos y muchísimas veces más anchas, para dejar entrar a un camión.
El chofer usa una gorra, una barba y una sonrisa. Se detiene justo dentro de la puerta y salé. La parte de atrás del camión está abierta, y unos pocos de Concordia se sientan entre las pilas de cajas. Le echo un vistazo a las cajas, contienen manzanas.
―¿Beatrice? ―dice un chico de Concordia.
Mi cabeza se sacude al sonido de mi nombre. Uno de los de Concordia se encuentra en la parte trasera del camión. Tiene el pelo rubio rizado y una nariz familiar, ancha en la punta y estrecha en el puente.
Robert. Trato de recordarlo en la Ceremonia de Elección y nada viene a mi mente que no sea el sonido de mi corazón en los oídos. ¿Quién más se transfirió? ¿Susan? ¿Hay alguno Iniciándose este año en Abnegación?
Si Abnegación se está desvaneciendo, es nuestra culpa, la de Robert, Caleb y la mía. Saco el pensamiento de mi mente.
Robert salta hacia abajo del camión. Lleva una camiseta gris y un par de pantalones de mezclilla. Después de un segundo de vacilación, se mueve hacia mí y me envuelve en sus brazos. Yo me pongo rígida. Sólo en Concordia las personas se abrazan a otras como saludo. No muevo un músculo hasta que me suelta.
Su propia sonrisa de desvanece cuando me mira de nuevo.
―Beatrice, ¿qué te pasó? ¿Qué le pasó a tu cara?
―Nada ―digo―. Sólo entrenamiento. Nada.
―¿Beatrice? ―exige una voz nasal a mi lado. Molly se cruza de brazos y se ríe―. ¿Ese es tu nombre real, Estirada?
La observo.
―¿De qué crees que era el diminutivo Tris?
―Oh, no lo sé… ¿cobarde? ―ella toca su quijada. Si su quijada fuese más grande, tal vez hiciera balance con su nariz, pero es pequeña y casi baja a su cuello―. Oh, espera, eso no comienza con Tris. Me equivoqué.
―No hay necesidad de que la fastidies ―dice Robert en voz baja―. Yo soy Robert, ¿y tú eres?
―Alguien a quien no le importa cuál es tu nombre ―dice ella―. ¿Por qué no te vuelves a tu camión? No se supone que fraternicemos con miembros de otra Fracción.
―¿Por qué no te alejas de nosotros? ―digo bruscamente.
―Cierto. No me gustaría meterme entre tú y tu novio ―dice. Ella se aleja sonriendo.
Robert me da una mirada triste.
―Ellos no parecen ser buenas personas.
―Algunos de ellos no lo son.
―Podrías volver a casa, lo sabes. Estoy seguro que Abnegación haría una excepción por ti.
―¿Qué te hace pensar que quiero ir a casa? ―pregunto, con mis mejillas ardiendo―. ¿Crees que no lo puedo manejar o algo así?
―No es eso. ―Niega con la cabeza―. No es que no puedas, es que no tienes por qué. Deberías ser feliz.
―Esto fue lo que elegí. Es todo. ―Miro por encima del hombro de Robert. Los guardias de Intrepidez parecían haber terminado la exanimación del camión. El hombre barbudo se devuelve al asiento del conductor y cierra la puerta detrás de él―. Además, Robert. La meta en mi vida no es solo… ser feliz.
―Sin embargo, ¿no sería más fácil si lo fuese? ―dice él.
Antes de que pueda responder, él toca mi hombro y se voltea hacia el camión. Una chica en la parte de atrás tiene un banjo*
Ella empieza a tocar mientras Robert se monta en el interior, y el camión comienza a avanzar, llevando los sonidos de banjo y la gorjeante voz de la chica lejos de nosotros. en su regazo.
Robert se despide con la mano, y nuevamente veo otra posible vida en mi mente. Me veo en la parte de atrás del camión, cantando con la chica, aunque nunca he cantado antes, riéndome cuando estoy fuera de rango, escalando árboles para recoger manzanas, siempre en calma y a salvo.
1 Banjo: Es un instrumento musical de cuatro, cinco, seis (banjo guitarra) o diez cuerdas constituidas por un aro o anillo de madera circular de unos 35 cm de diámetro, cubierto por un “parche” de plástico o piel a modo de tapa de guitarra.
Los guardias de Intrepidez cierran la puerta y la bloquean. El seguro está por fuera. Me muerdo el labio. ¿Por qué bloquean la puerta desde afuera y no desde dentro? Pareciera no como si o quisieran mantener algo fuera; ellos nos querían mantener dentro.
Alejo el pensamiento de mi cabeza. Eso no tenía sentido.
Cuatro se aleja de la cerca, donde estaba hablando con una guardia de Intrepidez con un arma equilibrada en su hombro hace un instante.
―Me preocupa que tienes un don para tomar malas decisiones ―dice cuando está a medio metro de mí.
Cruzo mis brazos.
―Fue una conversación de dos minutos.
―No creo que una pequeña fracción de tiempo lo haga menos imprudente.
Frunce el entrecejo y toca la esquina de mi ojo morado con sus dedos. Mi cabeza se sacude hacia atrás, pero él no retira la mano. En su lugar, inclina la cabeza y suspira.
―Sabes, si pudieras aprender a atacar primero, podrías hacerlo mejor.
―¿Atacar primero? ―digo―. ¿Cómo ayudaría eso?
―Eres rápida. Si puedes dar unos buenos golpes antes de que sepan que está pasando, podrías ganar. ―Se encoge de hombros, y deja caer su mano.
―Estoy sorprendida de que sepas eso ―digo silenciosamente―, ya que te fuiste a la mitad de mi primera y única pelea.
―Era algo que no quería ver ―dice él.
¿Qué se supone que significa eso?
Él aclara su garganta.
―Parece que el próximo tren está aquí. Es momento de irse, Tris.
―Vamos ―dice ella―. Levántate y muévete.
Soñé que Peter me amarró a una silla y me preguntaba si era Divergente. Respondí que no, y me golpeó hasta que dije que sí. Me levanté con las mejillas húmedas.
Quiero decir algo, pero todo lo que puedo hacer es quejarme. Mi cuerpo me duele tanto que hasta me duele respirar. No ayuda que el ataque de llanto de anoche hizo que mis ojos se hincharan. Cristina me ofrece su mano.
En el reloj se leen las ocho. Se supone que debemos estar en las pistas a las ocho y cuarto.
―Correré y nos conseguiré el desayuno. Tú sólo… arréglate. Parece que te va a tomar un rato ―dice ella.
Gruño. Tratando de no doblar la cintura, busco a tientas en el cajón de debajo de mi cama por una camisa limpia. Por suerte, Peter no está aquí para ver mi lucha. Una vez que Christina se va, el dormitorio está vacío.
Desabrocho mi camisa y miro mi costado desnudo, el cual está lleno de moretones. Por un segundo los colores me dejan boquiabierta, de color verde brillante, azul oscuro y marrón. Me cambio tan rápido como puedo y dejo mi cabello suelto porque no puedo levantar los brazos para amarrármelo.
Miro mi reflejo en el pequeño espejo en la pared trasera y veo a una extraña. Es rubia como yo, con una cara angosta como la mía, pero allí es donde las similitudes paraban. Yo no tenía un ojo negro, un labio partido y una quijada magullada. Yo no soy pálida como una servilleta. Ella no podía ser yo, aunque ella se movía cuando yo me movía.
Para el momento en que Christina vuelve, con un panecillo en cada mano, estoy sentada en el borde de mi cama, viendo mis zapatos desatados. Tengo que inclinarme para atarlos. Dolerá cuando me incline.
Pero Christina simplemente me pasa un panecillo y se agacha enfrente de mí para amarrar mis zapatos. La gratitud surge en mi pecho, cálida y parecido a una aflicción. Tal vez hay un Abnegación en todos, incluso aunque no lo sepan.
Bueno, en todos menos en Peter.
―Gracias ―le digo.
―Bueno nunca llegaríamos a tiempo si las tuvieses que atar tú misma ―dice ella―. Vamos. Puedes comer y caminar al mismo tiempo, ¿no?
Caminamos rápido a través de La Fosa. El panecillo es de banana, con nueces. Mi madre horneó pan como este una vez para dárselo a los Sin Facción, pero nunca lo probé.
Yo era demasiado grande para mimos a esas alturas. Ignoro el pellizco en el estómago que viene cada vez que pienso en mi madre y medio camino, medio corro detrás de Christina, que se olvida de que sus piernas son más largas que las mías.
Subimos los peldaños de la Fosa al edificio de vidrio encima de ella y corremos a la salida. Cada golpazo en mis pies emana dolor hacia mis costillas, pero lo ignoro. Llegamos a las vías justo cuando el tren llega, su claxon resonando.
―¿Qué te tomó tanto tiempo? ―grita Will por encima del pitido.
―Piernas Rechonchas aquí presente se volvió una anciana durante toda la noche ―dice Christina.
―Oh, cállate. ―digo sólo medio en broma.
Cuatro se mantiene al frente del grupo, tan cerca de las vías que si se mueve un solo centímetro hacia adelante, el tren arrancaría su nariz. Da un paso hacia atrás para que los otros vayan primero.
Will se encarama dentro del vagón con alguna dificultad, aterrizando primero en su estómago y luego arrastrando las piernas detrás de él. Cuatro agarra la manija al lado del vagón y se impulsa suavemente, como si no tuviera más de dos metros de cuerpo con los que lidiar.
Corro cerca del vagón, haciendo una mueca, y luego aprieto los dientes y agarro la manija a un lado. Esto va a doler.
Al me agarra debajo de cada brazo y me levanta fácilmente dentro del vagón. El dolor brota través de mi costado, pero sólo dura un segundo. Veo a Peter detrás de él, y mis mejillas se calientan.
Al estaba tratando de ser agradable, así que le sonrió, pero deseo que la gente no quisiera ser tan agradable. Como si Peter no tuviera suficiente argumento ya.
―¿Sintiéndote mejor? ―dice Peter, dándome una mirada que simulaba simpatía, sus labios curvándose hacia abajo y sus cejas arqueadas juntas―. ¿O estás un poco…? ¿Estirada?
Se echa a reír de su broma y Molly y Drew se le unen. Molly tiene una risa horrible, siempre resoplando y sacudiendo los hombros, y Drew no se pronuncia, por lo que casi parece que está adolorido.
―Estamos todos impresionados por tu increíble ingenio ―dice Will.
―Sí, ¿Estás seguro que no perteneces a Sabiduría, Peter? ―añade Christina―. Me han dicho que no se oponen a las mariquitas.
Cuatro, parado en la puerta, habla antes de que Peter pueda responder.
―¿Tengo que escuchar todas sus disputas camino a la cerca?
Todo el mundo se calla, y Cuatro se voltea a la apertura del vagón. Sostiene las asas a ambos lados, sus brazos extendidos a lo ancho, y se inclina hacia adelante para que la mayoría de su cuerpo esté fuera del vagón, aunque sus pies quedan en el interior. El viento presiona su camisa contra su pecho. Trato de mirar a través de él lo que estamos atravesando, un mar de amontonados edificios abandonados que se vuelven más pequeños mientras seguimos.
Cada pocos segundos, sin embargo, mis ojos se vuelven hacia Cuatro. No sé qué espero ver, o qué quiero ver, si es algo. Pero lo hago sin pensar.
Le pregunto a Christina
―¿Qué crees que hay allá afuera? ―señalo hacia la puerta―. Me refiero, más allá de la valla.
Ella se encoje de hombros.
―Un montón de granjas, supongo.
―Sí, pero me refiero… pasando las granjas. ¿De qué estamos cuidando a la ciudad?
Ella agita sus dedos hacia mí.
―¡Monstruos!
Pongo los ojos en blanco.
―Ni siquiera teníamos guardias cerca de la valla hasta hace cinco años ―dijo Will―. ¿No recuerdas cuando la policía de Intrepidez solía patrullar el sector de los Sin Facción?
―Sí ―digo. También recuerdo que mi padre fue una de esas personas que votaron para sacar a los de Intrepidez del sector de la ciudad de los Sin Facción. Decía que los pobres no necesitaban policías, ellos necesitaban ayuda, y nosotros podíamos dársela. Pero prefiero no mencionar eso ahora, o aquí. Es una de las muchas cosas que los Sabiduría daban como evidencia de la incompetencia de Abnegación.
―Oh, cierto ―dice él―. Apuesto a que los viste todo el tiempo.
―¿Por qué dices eso? ―pregunto, de una manera un poco brusca. No quiero ser relacionada tan de cerca con los Sin Facción.
―Porque tenías que pasar por el sector de los Sin Facción para ir a la escuela, ¿no?
―¿Qué hiciste, te memorizaste el mapa de la ciudad por diversión? ―dice Christina.
―Si ―dice Will, luciendo confuso―. ¿Tú no?
Chillan los frenos del tren, y todos damos un bandazo hacia adelante mientras el vagón va más lento. Estoy muy agradecida por el movimiento, hace más fácil estar de pie. Los edificios en ruinas ya no están, reemplazados por los campos de color amarillo y las vías del tren. El tren se detiene bajo una cubierta. Me bajo hacia la hierba sosteniendo la manilla para mantenerme equilibrada.
En frente de mi hay una valla metálica con alambre de púas en la parte superior. Cuando camino hacia adelante, noto que continua más allá de lo que puedo ver, perpendicular en el horizonte. Pasando la valla hay un grupo de árboles, la mayoría de ellos muertos, algunos verdes.
Dando vueltas al otro lado de la valla están los guardias con armas de fuego de Intrepidez.
―Síganme ―dice Cuatro. Me mantengo cerca de Christina. No quiero admitirlo, ni siquiera a mí misma, pero me siento más calmada cuando estoy cerca de ella. Si Peter trata de burlarse de mí, ella me defenderá. En silencio, me regaño por ser tan cobarde. Los insultos de Peter no me molestan, y yo debería concentrarme en mejorar el combate, no en lo mal que lo hice ayer. Y debo estar dispuesta, aunque no sea capaz, de defenderme en vez de depender de otras personas para que lo hagan por mí.
Cuatro nos guía hacia la puerta, la cual es tan ancha como una casa y se abre a la carretera agrietada que conduce a la ciudad. Cuando vine para acá con mi familia cuando era niña, nos montamos en un autobús hacia la carretera y más allá, a las granjas de Concordia, donde pasamos el día recogiendo tomates y sudando a través de nuestras camisas.
Otro pinchazo en mi estómago.
―Si no clasifican entre los cinco primeros al final de la Iniciación, probablemente van a terminar aquí ―dice Cuatro cuando llega a la puerta―. Una vez que eres un guardia de la cerca, hay un cierto potencial para avanzar, pero no mucho. Pueden ser capaces de ir más allá de las patrullas en las granjas de Concordia, pero…
―¿Patrullas para qué propósito? ―pregunta Will.
Cuatro levanta un hombro.
―Supongo que lo descubrirás si te encuentras entre ellos. Como estaba diciendo. Para la mayoría, esos quienes vigilan la cerca cuando son jóvenes continúan vigilando la cerca. Si les conforta, algunos de ellos insisten es que no es tan malo como parece.
―Sí. Al menos no manejaremos buses o limpiaremos el desastre de otras personas como los Sin Facción ―susurra Christina en mi oído.
―¿Qué rango fuiste tú? ―pregunta Peter a Cuatro.
No espero que Cuatro conteste, pero el mira fríamente a Peter y dice: ―Yo fui el primero.
―¿Y elegiste hacer esto? ―Los ojos de Peter son anchos, redondos y verdes. Hubiesen lucido inocentes si no supiera la horrible persona que es―. ¿Por qué no obtuviste un trabajo del gobierno?
―No quería uno ―dijo Cuatro categóricamente. Recuerdo lo que él dijo el primer día, acerca de trabajar en el cuarto de control, donde los de Intrepidez monitoreaban la seguridad de la ciudad. Es difícil imaginárselo allí, rodeado de computadoras. Para mí él pertenecía a la sala de entrenamiento.
Aprendimos sobre los trabajos de las Facciones en la escuela. Los de Intrepidez tenían opciones limitadas. Podíamos guardar la cerca o trabajar por la seguridad de nuestra ciudad. Podíamos trabajar en el recinto de Intrepidez, dibujando tatuajes o haciendo armas o incluso peleando con otros por entretenimiento. O podíamos trabajar para los líderes de Intrepidez. Esa sonaba como la mejor opción para mí.
El único problema era que mi rango es terrible. Y debo estas Sin Facción para el final de la primera fase.
Paramos en la próxima puerta. Unos pocos de Intrepidez miran en nuestra dirección pero no muchos. Están muy ocupados abriendo las puertas, las cuales son dos veces más altas que ellos y muchísimas veces más anchas, para dejar entrar a un camión.
El chofer usa una gorra, una barba y una sonrisa. Se detiene justo dentro de la puerta y salé. La parte de atrás del camión está abierta, y unos pocos de Concordia se sientan entre las pilas de cajas. Le echo un vistazo a las cajas, contienen manzanas.
―¿Beatrice? ―dice un chico de Concordia.
Mi cabeza se sacude al sonido de mi nombre. Uno de los de Concordia se encuentra en la parte trasera del camión. Tiene el pelo rubio rizado y una nariz familiar, ancha en la punta y estrecha en el puente.
Robert. Trato de recordarlo en la Ceremonia de Elección y nada viene a mi mente que no sea el sonido de mi corazón en los oídos. ¿Quién más se transfirió? ¿Susan? ¿Hay alguno Iniciándose este año en Abnegación?
Si Abnegación se está desvaneciendo, es nuestra culpa, la de Robert, Caleb y la mía. Saco el pensamiento de mi mente.
Robert salta hacia abajo del camión. Lleva una camiseta gris y un par de pantalones de mezclilla. Después de un segundo de vacilación, se mueve hacia mí y me envuelve en sus brazos. Yo me pongo rígida. Sólo en Concordia las personas se abrazan a otras como saludo. No muevo un músculo hasta que me suelta.
Su propia sonrisa de desvanece cuando me mira de nuevo.
―Beatrice, ¿qué te pasó? ¿Qué le pasó a tu cara?
―Nada ―digo―. Sólo entrenamiento. Nada.
―¿Beatrice? ―exige una voz nasal a mi lado. Molly se cruza de brazos y se ríe―. ¿Ese es tu nombre real, Estirada?
La observo.
―¿De qué crees que era el diminutivo Tris?
―Oh, no lo sé… ¿cobarde? ―ella toca su quijada. Si su quijada fuese más grande, tal vez hiciera balance con su nariz, pero es pequeña y casi baja a su cuello―. Oh, espera, eso no comienza con Tris. Me equivoqué.
―No hay necesidad de que la fastidies ―dice Robert en voz baja―. Yo soy Robert, ¿y tú eres?
―Alguien a quien no le importa cuál es tu nombre ―dice ella―. ¿Por qué no te vuelves a tu camión? No se supone que fraternicemos con miembros de otra Fracción.
―¿Por qué no te alejas de nosotros? ―digo bruscamente.
―Cierto. No me gustaría meterme entre tú y tu novio ―dice. Ella se aleja sonriendo.
Robert me da una mirada triste.
―Ellos no parecen ser buenas personas.
―Algunos de ellos no lo son.
―Podrías volver a casa, lo sabes. Estoy seguro que Abnegación haría una excepción por ti.
―¿Qué te hace pensar que quiero ir a casa? ―pregunto, con mis mejillas ardiendo―. ¿Crees que no lo puedo manejar o algo así?
―No es eso. ―Niega con la cabeza―. No es que no puedas, es que no tienes por qué. Deberías ser feliz.
―Esto fue lo que elegí. Es todo. ―Miro por encima del hombro de Robert. Los guardias de Intrepidez parecían haber terminado la exanimación del camión. El hombre barbudo se devuelve al asiento del conductor y cierra la puerta detrás de él―. Además, Robert. La meta en mi vida no es solo… ser feliz.
―Sin embargo, ¿no sería más fácil si lo fuese? ―dice él.
Antes de que pueda responder, él toca mi hombro y se voltea hacia el camión. Una chica en la parte de atrás tiene un banjo*
Ella empieza a tocar mientras Robert se monta en el interior, y el camión comienza a avanzar, llevando los sonidos de banjo y la gorjeante voz de la chica lejos de nosotros. en su regazo.
Robert se despide con la mano, y nuevamente veo otra posible vida en mi mente. Me veo en la parte de atrás del camión, cantando con la chica, aunque nunca he cantado antes, riéndome cuando estoy fuera de rango, escalando árboles para recoger manzanas, siempre en calma y a salvo.
1 Banjo: Es un instrumento musical de cuatro, cinco, seis (banjo guitarra) o diez cuerdas constituidas por un aro o anillo de madera circular de unos 35 cm de diámetro, cubierto por un “parche” de plástico o piel a modo de tapa de guitarra.
Los guardias de Intrepidez cierran la puerta y la bloquean. El seguro está por fuera. Me muerdo el labio. ¿Por qué bloquean la puerta desde afuera y no desde dentro? Pareciera no como si o quisieran mantener algo fuera; ellos nos querían mantener dentro.
Alejo el pensamiento de mi cabeza. Eso no tenía sentido.
Cuatro se aleja de la cerca, donde estaba hablando con una guardia de Intrepidez con un arma equilibrada en su hombro hace un instante.
―Me preocupa que tienes un don para tomar malas decisiones ―dice cuando está a medio metro de mí.
Cruzo mis brazos.
―Fue una conversación de dos minutos.
―No creo que una pequeña fracción de tiempo lo haga menos imprudente.
Frunce el entrecejo y toca la esquina de mi ojo morado con sus dedos. Mi cabeza se sacude hacia atrás, pero él no retira la mano. En su lugar, inclina la cabeza y suspira.
―Sabes, si pudieras aprender a atacar primero, podrías hacerlo mejor.
―¿Atacar primero? ―digo―. ¿Cómo ayudaría eso?
―Eres rápida. Si puedes dar unos buenos golpes antes de que sepan que está pasando, podrías ganar. ―Se encoge de hombros, y deja caer su mano.
―Estoy sorprendida de que sepas eso ―digo silenciosamente―, ya que te fuiste a la mitad de mi primera y única pelea.
―Era algo que no quería ver ―dice él.
¿Qué se supone que significa eso?
Él aclara su garganta.
―Parece que el próximo tren está aquí. Es momento de irse, Tris.
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