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Capítulo XXV

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 31, 2012 7:11 pm

Me paro junto a Will y Christina en la barandilla mirando al Abismo, es tarde y la mayoría de los Intrépidos se han ido a dormir. Mis hombros me duelen por la aguja del tatuaje.
Todos teníamos tatuajes nuevos desde hace media hora.
Tori era la única que seguía en el lugar de los tatuajes, así que me sentí segura al agarrar el símbolo de la Abnegación ―un par de manos, con las palmas hacia arriba como si ayudaran a alguien a levantarse, rodeadas por un círculo― que estaba en mi hombro derecho. Sé que es un riesgo, después de todo lo que ha pasado. Pero ése símbolo es parte de mi identidad, y sentí que era importante tenerlo en mi piel.
Me paré en un peldaño de la barandilla, presionando mis caderas al otro peldaño para mantener el equilibrio. Aquí, es donde Al se paró. Miré hacia abajo, al Abismo, al agua negra, a las escarpadas5
Christina me alcanza una pila de papel. Tiene una copia de cada artículo que había hecho El Erudito desde hace seis meses. Tirarlos al Abismo no haría que me olvidara de ellos para siempre, pero probablemente me haría sentir mejor. accidentadas. El agua golpea uno de los lados y sale disparada a mi rostro. ¿Tendría miedo él cuando se paró aquí? ¿O estaba tan determinado a brincar que se le hizo fácil?
Miro al primero. En él, está la fotografía de Jeanine, la representante de Sabiduría. Sus ojos agudos pero atractivos me miraban.

5Escarpado es un camino o terreno de difícil acceso y/o con pendiente.

―¿La conociste alguna vez? ―le pregunto a Will. Christina me quita el primer artículo, lo hace una bolita y lo tira al agua.
―¿Jeanine? Una vez ―contesta. Agarra el siguiente artículo y lo rompe en pedacitos. Los pedacitos flotan en el río. Él lo hace sin la malicia de Christina. Tengo el sentimiento de que la única razón por la que él está participando es para probarme que no está de acuerdo con las tácticas de su antigua Facción. Si él cree que lo que ellos están diciendo está o no claro, no lo sé, y tengo miedo de preguntar.
―Antes ella era una líder, y trabajaba con mi hermana. Trataban de desarrollar un suero de mayor duración para las simulaciones ―dice―. Jeanine es tan inteligente que lo puedes ver incluso antes de que ella hable. Como… una computadora que camina y habla.
―¿Que…? ―Arrojo una de las páginas al Abismo, presionando mis labios. Debería simplemente preguntar―. ¿Qué piensas de lo que ella tenga que decir?
Se encoge de hombros. ―No lo sé. Tal vez sea una buena idea tener más de una Facción en control del gobierno. Y tal vez sería genial si tuviéramos más automóviles y… fruta fresca y…
―Te das cuenta de que no hay ninguna bodega secreta donde todo esto se guarda, ¿Verdad? ―pregunto, y mi rostro se pone caliente.
―Sí, lo hago ―dice―. Sólo creo que el confort y la prosperidad no son la prioridad de la Abnegación, y tal vez lo habría si las otras Facciones no hicieran más difícil tomar una decisión.
―Porque darle a un chico de Sabiduría un automóvil es más importante que darle comida a los Sin Facciones ―suelto.
―Oigan, ahora ―dice Christina, golpeando el hombro de Will con sus dedos―. Esto se suponía que iba ser una sesión despreocupada de destrucción de documentos simbólicos, no un debate político.
Muerdo lo que iba a decir y miro a la pila de papel en mis manos. Will y Christina comparten un montón de miradas significativas. Me he dado cuenta. ¿Lo habrán hecho ellos?
―Aunque, todo lo que ella dijo sobre tu papá ―dice él―, hace que la odie. No puedo imaginar que algo bueno pueda venir de alguien que dice cosas tan terribles.
Yo sí puedo. Si Jeanine puede hacer que la gente crea que mi papá y que los otros líderes de Abnegación son corruptos y malos, ella tiene el soporte para cualquier revolución que quiera iniciar, si ese es su verdadero plan. Pero no quiero discutir de nuevo, así que simplemente asiento y tiro las hojas que faltan al Abismo. Se mueven adelante y hacia atrás, adelante y atrás, hasta que finalmente caen al agua. Serán filtradas al salir del Abismo y luego serán desechadas.
―Es hora de ir a dormir ―dice Christina, sonriendo―. ¿Listos para regresar? Creo que quiero poner la mano de Peter en un cuenco de agua tibia para hacer que él se haga pipí en la noche.
Me alejo del Abismo y veo movimiento en la parte derecha de La Fosa. Una figura escala por el techo de cristal, y juzgando por la calmada manera en que camina, es como si sus pies apenas dejaran el suelo. Sé que es Cuatro.
―Eso suena genial, pero tengo que decirle algo a Cuatro ―digo, apuntando a la sombra que va por el camino. Sus ojos siguen mi mano.
―¿Estás segura que deberías estar saliendo por ahí sola en la noche? ―pregunta.
―No estaré sola. Estaré con Cuatro. ―Muerdo mi labio.
Christina mira a Will, y él me mira a mí. Ninguno en realidad me está escuchando.
―Está bien ―dice Christina sin prestarme atención―. Bueno, entonces te veremos más tarde.
Christina y Will caminan hacia los dormitorios, Christina está jugando con el cabello de Will, y Will está agarrándola de las costillas. Por un segundo, los miro. Me siento como que estoy atestiguando el inicio de algo, pero no estoy segura qué será.
Troto en el camino al lado derecho de La Fosa y empiezo a subir. Trato de hacer mis pasos lo más silenciosos posible. A diferencia de Christina, a mí no se me hace difícil hablarle a Cuatro, o al menos no cuando él se está yendo, en la noche, al edificio de cristal que está sobre nosotros.
Corro en silencio, sin aliento cuando alcanzo las escaleras y me paro en el último escalón hacia el salón de cristal mientras Cuatro mira a los otros. Por las ventanas puedo ver las luces de la ciudad, brillando ahora pero atenuándose mientras las miro. Se supone que se apagarán a medianoche.
Al otro lado de la habitación, Cuatro se para junto a la puerta y mira el paisaje tenebroso. Él sostiene una caja negra en una mano y una jeringa en la otra.
―Ya que estás aquí ―dice, sin ver por encima de su hombro―, creo que deberías ir conmigo.
Muerdo mi labio. ―¿A tu Paisaje del Miedo?
―Sí.
Mientras camino hacia él, pregunto: ―¿Puedo hacer eso?
―El suero te conecta al programa ―dice―, pero el programa determina a qué Paisajes irás. Y ahora, está determinado para ir al mío.
―¿Me dejarás que lo vea?
―¿Por qué crees que estoy yendo? ―pregunta en voz baja. No levanta la vista―. Hay algunas cosas que quiero mostrarte.
Él sostiene la jeringa, e inclino la cabeza para exponer mejor mi cuello. Siento un dolor agudo cuando la aguja entra, pero estoy acostumbrada a eso ahora. Cuando ha terminado, me ofrece la caja negra. Adentro hay otra aguja.
―Nunca antes he hecho esto ―digo mientras la saco de la caja. No quiero herirlo.
―Justo aquí ―dice, tocando un punto en su cuello con su uña. Me pongo de puntillas y meto la aguja, mi mano tiembla un poco. Él ni siquiera se encoje.
Mantiene sus ojos en los míos todo el tiempo, y cuando he acabado, pone ambas jeringas en la caja y la coloca cerca de la puerta. Él sabe por qué lo he seguido hasta aquí. Sabe, o espera. De cualquier manera, está bien para mí.
Me ofrece su mano, y deslizo mi mano en ella. Sus dedos son fríos y frágiles. Siento como si hay algo que debería decir, pero estoy tan aturdida que no puedo decir ninguna palabra. Él abre la puerta con su mano libre, y lo sigo a la oscuridad. Ahora estoy acostumbrada a entrar a lugares desconocidos sin dudar. Mantengo firme mi respiración y agarro con firmeza la mano de Cuatro.
―Veamos si puedes averiguar por qué ellos me llaman Cuatro ―dice.
La puerta se cierra detrás de nosotros, llevándose con ella toda la luz. El aire está frío en el pasillo; puedo sentirlo entrar en mis pulmones. Me acerco unos centímetros más a él así que mi brazo está junto a él y mi mandíbula está cerca de su hombro.
―¿Cuál es tu verdadero nombre? ―pregunto.
―Veamos si también puedes averiguar eso.
La simulación nos toma. El suelo donde me paro ya no está hecho de cemento. Resuena como metal. La luz se dispersa de todos los ángulos, y la ciudad sale alrededor de nosotros, los edificios de cristal y el arco de las vías del tren, y nosotros estamos muy por encima de eso. No he visto un cielo tan azul en mucho tiempo, así que cuando se extiende por encima de mí, siento como el aire queda atrapado en mis pulmones y el efecto me marea.
Entonces el viento comienza. Sopla tan fuerte que tengo que inclinarme sobre Cuatro para permanecer de pie. Él quita su mano de la mía, y en su lugar envuelve su brazo alrededor de mis hombros. Lo primero que pienso es que es para protegerme; pero no, él tiene problemas para respirar y necesita que lo estabilice. Él fuerza su respiración: inhala, exhala por la boca abierta y sus dientes están apretados.
El peso es hermoso para mí, pero si está aquí, esta es una de sus peores pesadillas.
―Tenemos que brincar, ¿Verdad? ―grito por encima del viento.
Él asiente.
―A la cuenta de tres, ¿Está bien?
Otra vez asiente.
―Uno… Dos… ¡Tres! ―Lo jalo hacia mí, mientras me echo a correr. Después de que damos el primer paso, lo demás es fácil. Ambos nos aventamos del borde del edificio. Caemos como dos piedras, rápido, el aire nos empuja, el piso se acerca debajo de nosotros. Luego la escena desaparece, y estoy sobre mis manos y mis rodillas en el piso, sonriendo. Estuve feliz el día que elegí a los Intrépidos, y lo amo ahora.
Junto a mí, Cuatro jadea y pone una mano en su pecho.
Me paro y lo ayudo a ponerse de pie. ―¿Qué sigue?
―Es…
Algo sólido golpea mi columna vertical. Salgo disparada hacia Cuatro, mi cabeza golpea su clavícula. Unas paredes aparecen a mi izquierda y a mi derecha. El espacio es tan reducido que Cuatro tiene que poner sus brazos en su pecho para caber. Un techo sale sobre las paredes y nos encierra con un crac, y Cuatro se agacha, gimiendo. El espacio es apenas lo suficientemente grande para que se acomode su tamaño, no más grande.
―Confinamiento ―digo.
Él hace un sonido gutural. Agacho mi cabeza y la jalo lo suficiente para mirarlo. Apenas puedo ver su cara, está tan oscuro, y el aire es sofocante; compartimos la respiración. Él hace muecas de dolor.
―Oye ―digo―. Está bien. Aquí…
Guío sus brazos alrededor de mi cuerpo para que pueda tener más espacio. Se acomoda junto a mi espalda y pone su rostro junto al mío, todavía estamos pegados. Su cuerpo es tibio, pero sólo puedo sentir sus huesos y los músculos que lo envuelven; nada cede debajo de mí. Mis mejillas quedan calientes. ¿Podrá el decir que todavía parezco una niña?
―Esta es la primera vez en que soy tan feliz de ser tan pequeña. ―Me río. Si bromeo, tal vez pueda calmarlo. Y distraerme.
―Mmm ―dice él. Su voz suena rígida.
―No podemos salir de aquí ―digo―. Es más fácil enfrentar el miedo, ¿Verdad? ―No espero por una respuesta―. Así que, lo que necesitas hacer es el espacio más pequeño. Hacerlo peor hace que se ponga mejor. ¿Cierto?
Aprieto su cintura para bajarlo junto conmigo. Puedo sentir sus costillas contra mi mano y escuchar al techo bajar unos centímetros más hacia nosotros. Me doy cuenta que no damos con todo ese espacio entre nosotros, así que me giro y me hago una bolita, y mi espina dorsal queda junto a su pecho. Una de sus rodillas está junto a mi cabeza y la otra está doblada debajo de mí así que estoy sentada en su tobillo. Somos un revoltijo de miembros. Puedo sentir la respiración dura contra mi oído.
―Ah ―dice, su voz es rasposa―. Esto es peor. Esto es definitivamente…
―Shh ―digo―. Tus brazos alrededor de mí.
Obedientemente, él pone sus brazos junto a mi cintura. Le sonrío a la pared. No estoy disfrutando esto. No lo estoy, ni siquiera un poquito, no.
―La simulación mide tu respuesta al miedo ―digo suavemente. Sólo estoy repitiendo lo que él nos dijo, pero recordando que él es el que tal vez debe ayudarse―. Así que si puedes tranquilizar los latidos de tu corazón, se irá a lo siguiente. ¿Recuerdas? Así que trata de olvidar que estamos aquí.
―¿Sí? ―Puedo sentir sus labios moverse contra mi oído mientras habla, el calor me atraviesa―. Así de fácil, ¿verdad?
―Sabes, la mayoría de los chicos disfrutarían estar encerrados con una chica. ―ruedo mis ojos.
―¡No a la gente claustrofóbica, Tris! ―Ahora suena desesperado.
―Bien, bien. ―Pongo mi mano sobre la de él y la guió a mi pecho, para que esté sobre mi corazón―. Siente mis latidos. ¿Puedes sentirlos?
―Sí.
―¿Sientes qué tan tranquilos están?
―Están acelerados.
―Sí, bueno, no tienen nada que ver con la caja. ―Hago una mueca de dolor tan pronto término de hablar. Sólo admití algo. Con suerte no se dio cuenta―. Cada vez que me sientas respirar, respira. Enfócate en eso.
―Bien.
Respiro profundamente, y su pecho sube y baja junto con el mío. Después de unos cuantos segundos de eso, digo calmadamente: ―¿Por qué no me dices de dónde viene este miedo? Tal vez hablarlo nos ayude… de alguna manera.
No lo sé, pero suena bien.
―Um… bien. ―Respira junto conmigo―. Esta es de mi fantástica infancia. Los castigos de la infancia. Los pequeños clóset que hay en el piso de arriba de las escaleras.
Junto mis labios. Recuerdo haber sido castigada, enviada a mi cuarto sin cenar, privada de esto o de aquello, con regaños firmes. Pero nunca fui encerrada en un clóset. La crueldad escose; mi pecho duele por él. No sé qué decir, así que trato de seguir casualmente.
―Mi madre mantiene nuestros abrigos para el invierno en nuestro clóset.
―Yo no… ―jadea―. Yo no quiero hablar más sobre eso.
―Bien. Entonces… yo hablo. Pregúntame algo.
―Bien. ―Se ríe y tiembla junto a mi oído―. ¿Por qué tu corazón está acelerado, Tris?
Me avergüenzo y digo: ―Bueno, yo… ―Busco una excusa que no implique sus brazos alrededor de mí―. Apenas te conozco. ―No es lo suficientemente bueno―. Apenas te conozco y estoy encerrada junto a ti en una caja, Cuatro, ¿Qué crees?
―Si estuviéramos en tu Paisaje del Miedo ―dice él―. ¿Estaría yo en él?
―No te tengo miedo.
―Claro que no. No es a eso a lo que me refiero.
Se ríe otra vez, y cuando lo hace, las paredes se apartan con un crack y caen, dejándonos en un círculo de luz. Cuatro suspira y quita sus brazos de mi cuerpo. Me pongo de pie y me limpio, a pesar de que no he acumulado polvo. Paso las palmas por mis jeans. Mi espalda se siente de repente fría por su ausencia. Él está parado frente de mí. Está sonriendo, y no estoy segura de cómo tomar la mirada en sus ojos.
―Tal vez fuiste eliminada de Sinceridad ―dice―, porque eres una terrible mentirosa.
―Creo que mi examen de aptitud dice que salí muy bien.
Él sacude la cabeza. ―El examen de aptitud no dice nada.
Dio vueltas sus ojos. ―¿Qué es lo que estás intentando decirme? ¿Qué tu examen no es la razón por la que terminaras con los Intrépidos?
La emoción corre a través de mí como la sangre en mis venas, propulsada por la esperanza de que me confirme que él es Divergente, de que él es como yo, que podemos averiguar lo que es juntos.
―No exactamente, no ―dice―. Yo…
Él mira sobre mi hombro y su voz se apaga. Una mujer está parada a unos cuantos metros de distancia, apuntándonos con una pistola. Ella está completamente quieta, sus rasgos son simples, si camináramos para irnos, no la recordaría. A mi derecha una mesa aparece. En ella hay una pistola y una bala. ¿Por qué no nos dispara?
Oh, Pienso. El miedo no está relacionado con la amenaza a su vida. Tiene que ver con la pistola en la mesa.
―Tienes que matarla ―digo suavemente.
―Todas las veces.
―Ella no es real.
―Se ve real. ―Se muerde su labio―. Se siente real.
―Si ella fuera real, ya te hubiera matado.
―Está bien. ―Asiente―. Sólo… lo haré. Este no es tan… tan malo. No hay tanto pánico envuelto.
No tanto pánico, pero un poco más que pavor. Lo puedo ver en sus ojos mientras agarra la pistola y abre la camarilla como lo ha hecho miles de veces; y tal vez lo ha hecho.
Mete la bala a la camarilla y sostiene la pistola enfrente de él, y con ambas manos la sostiene. Aprieta el gatillo mientras respira lentamente.
Mientras exhala, dispara, y la cabeza de la mujer se va hacia atrás. Puedo ver un poco de rojo y miro al otro lado. Puedo escuchar cuando cae al piso.
Cuatro deja caer la pistola con un golpe. Miramos al cuerpo caído. Lo que dice él es verdad, se siente real. No seas ridícula. Agarro su brazo.
―Vamos ―digo―. Vámonos. Sigamos adelante.
Después de que lo remolcara, sale de su estupor y me sigue. Mientras pasamos la mesa, el cuerpo de la mujer desaparece, a excepción de mi memoria y de la de él. ¿Cómo sería matar a alguien cada vez que vaya a mi Paisaje? Tal vez lo averigüe.
Pero algo me desconcierta: Estas se suponen que son las peores pesadillas de Cuatro. Y a pesar del pánico en la caja y en el techo, había matado a la mujer sin mucha dificultad y no ha encontrado muchas.
―Aquí vamos ―murmura.
Una figura oscura se mueve por delante de nosotros, moviéndose sigilosamente por la orilla del círculo de luz, esperando que diéramos otro paso. ¿Quién es? ¿Quién frecuenta las pesadillas de Cuatro?
El hombre que emerge es alto y delgado, con la cabeza rapada. Él tiene las manos detrás de su espalda. Y tiene la ropa gris de Abnegación.
―Marcus ―murmuro.
―Esta es la parte ―dice Cuatro, su voz es temblorosa―, donde averiguas mi nombre.
―Él es… ―Miro a Marcus, quien camina lentamente hacia nosotros, a Cuatro, quien se aleja lentamente, y todas las cosas llegan juntas. Marcus tenía un hijo que entró a Intrepidez. Su nombre era… ―Tobías.
Marcus nos muestra sus manos. Un cinturón envuelve uno de sus puños. Lentamente lo suelta de sus dedos.
―Esto es para tu bien ―dice, y su voz hace eco una docena de veces.
Una docena de Marcus se presionan contra el círculo de luz, y sostienen el mismo cinturón, con la misma expresión despreocupada. Cuando los Marcus parpadean de nuevo, sus ojos quedan vacíos, y con puntos negros. El cinturón cae al piso, el que ahora es de baldosas blancas. Un escalofrío sube por mi espalda. El Erudito había acusado a Marcus de crueldad. Por primera vez el Erudito tenía razón.
Miro a Cuatro ―Tobías― y parece congelado. Su postura se decae. Se ve años más viejo; se ve años más joven. El primer Marcus agarra su brazo, el cinturón está detrás de su espalda preparado para golpear. Tobías se encoge, y junta los brazos para proteger su cara.
Me pongo enfrente de él y el cinturón golpea mi muñeca, envolviéndola. Un dolor caliente sube por mi brazo hacia mi codo. Aprieto los dientes y jalo tan fuerte como puedo. Marcus pierde su agarre, así que suelta el cinturón y lo agarro por la hebilla.
Muevo mi brazo tan rápido como puedo, mi hombro duele por el repentino movimiento, y el cinturón golpea el hombro de Marcus. Él grita a todo pulmón hacia mí y viene con las manos estiradas, y sus uñas parecen garras. Tobías me pone detrás de él, así que está entre Marcus y yo. Se ve molesto, sin miedo.
Todos los Marcus desaparecen. Las luces se encienden, revelando una habitación larga y estrecha con paredes de ladrillo y piso de cemento.
―¿Eso es todo? ―digo―. ¿Esos son tus peores miedos? ¿Por qué sólo tienes cuatro…? ―Mi voz se apaga. Sólo cuatro miedos.
―Oh. ―Miro sobre mi hombro hacia él―. Eso es el por qué ellos te llaman…
Las palabras me dejan cuando veo su expresión. Sus ojos se ampliaron y se miraban casi vulnerables debajo de las luces de la habitación. Su labio está partido. Si no estuviéramos ahí, podría describir su mirada como asombrada.
Envuelve su mano alrededor de mi codo, su pulgar presiona la piel suave en mi antebrazo, y me acerca hacia él. La piel alrededor de mi muñeca todavía duele, como si el cinturón hubiera sido verdadero, pero está pálido como el resto de mí. Sus labios lentamente se mueven junto a mi mejilla, luego sus brazos se aprietan junto a mis hombros, y pone su cabeza en mi cuello, respirando contra mi clavícula.
Me paro con rigidez por un segundo y luego envuelvo mis brazos alrededor de él y suspiro.
―Oye ―digo suavemente―. Lo superamos.
Él levanta la cabeza y pasa sus dedos por mi cabello, poniéndolo detrás de mi oreja. Nos miramos en silencio. Sus dedos se mueven ausentemente por un mechón de cabello.
―Tú hiciste que lo superara ―dice finalmente.
―Bueno. ―Mi garganta está seca. Trato de ignorar la electricidad y los nervios que me atraviesan cada vez que me toca―. Es fácil ser valiente cuando no son mis miedos.
Dejo caer mis manos y las limpio casualmente en mis jeans, esperando que no se diera cuenta.
Si lo hace, no lo dice. Entrelaza sus dedos con los míos.
―Vamos ―dice―. Hay algo más que quiero mostrarte.
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