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Capítulo 9

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Mensaje por Melita Dom Mayo 13, 2012 12:11 am

Traición. Es lo primero que siento aunque resulte ridículo, porque, para que haya traición, debe haber primero confianza, y entre Peeta y yo la confianza nunca ha formado parte del acuerdo. Somos tributos. Sin embargo, el chico que se arriesgó a recibir una paliza por darme pan, el que me ayudó a no caerme del carro, el que me encubrió con el asunto de la chica avox, el que insistió en que Haymitch conociera mis habilidades como cazadora... ¿Acaso parte de mí no podía evitar confiar en él?
Por otro lado, me alivia dejar de fingir que somos amigos. Es obvio que se ha cortado cualquier débil vínculo que hayamos sentido
tontamente, y ya era hora, porque los juegos empiezan dentro de dos días y la confianza no sería más que una debilidad. No sé qué habrá propiciado la decisión de Peeta (aunque sospecho que tiene que ver con que lo aventajase en el entrenamiento), pero me alegro. Quizá por fin haya aceptado el hecho de que, cuanto antes reconozcamos abiertamente que somos enemigos, mejor.
--Bien, ¿cuál es el horario?
--Cada uno tendrá cuatro horas con Effie para la presentación, y cuatro conmigo para el contenido --responde Haymitch--. Tú empiezas con Effie, Katniss.
Aunque al principio ni me imagino por qué necesita Effie cuatro horas para enseñarme algo, acabo aprovechando hasta el último
minuto. Vamos a mi cuarto, me pone un vestido largo y tacones altos
(no los que llevaré en la entrevista de verdad), y me explica cómo debo andar. Los zapatos son lo peor: nunca he llevado tacones y no me acostumbro a ir dando tumbos sobre la punta de los pies. Sin embargo, Effie corre por ahí con ellos las veinticuatro horas del día, y decido que, si ella es capaz de hacerlo, yo también. El vestido me supone otro problema; no deja de enredárseme en los zapatos, así que, por supuesto, me lo subo, momento en el cual Effie cae sobre mí



como un halcón para darme en la mano y gritar:
--¡No lo subas por encima del tobillo!
Cuando por fin domino los pies, todavía me queda la forma de sentarme, la postura (al parecer, tengo tendencia a agachar la cabeza), el contacto visual, los gestos de las manos y las sonrisas. Sonreír ya no consiste en sonreír sin más. Effie me obliga a ensayar cien frases banales que empiezan con una sonrisa, se dicen sonriendo o terminan con una sonrisa. A la hora de la comida tengo un tic nervioso en los músculos de las mejillas, de tanto estirarlos.
--Bueno, he hecho lo que he podido --dice Effie, suspirando--. Recuerda una cosa, Katniss: tienes que conseguir gustarle al público.
--¿Crees que no le gustaré?
--No, si los miras con esa cara todo el tiempo. ¿Por qué no te lo reservas para el estadio? Es mejor que imagines que estás entre amigos.
--¡Están apostando cuánto tiempo duraré viva! --estallo--. ¡No son mis amigos!
--¡Pues fíngelo! --exclama Effie. Después recupera la compostura y esboza una sonrisa de oreja a oreja--. ¿Ves? Así. Te sonrío aunque me estés exasperando.
--Sí, muy convincente. Voy a comer.
Me quito los tacones de un par de patadas y salgo hecha una furia hacia el comedor, subiéndome el vestido hasta los muslos.
Peeta y Haymitch parecen estar de buen humor, así que imagino
que la sesión de contenido será mejor que los sufrimientos de la mañana. No podría estar más equivocada. Después de la comida, Haymitch me lleva al salón, me pide que me siente en el sofá y me mira con el ceño fruncido durante un rato.
--¿Qué? --pregunto finalmente.
--Intento averiguar qué hacer contigo, cómo te vamos a presentar.
¿Vas a ser encantadora? ¿Altiva? ¿Feroz? Por ahora brillas como una estrella: te presentaste voluntaria para salvar a tu hermana, Cinna te hizo inolvidable y obtuviste la máxima puntuación. La gente siente curiosidad, pero nadie sabe cómo eres. La impresión que causes mañana decidirá lo que puedo conseguirte con los patrocinadores.
Como llevo toda la vida viendo entrevistas con los tributos, sé que hay algo de verdad en lo que dice. Si le gustas a la audiencia, ya sea
porque les resultas cómico, brutal o excéntrico, te ganas su favor.
--¿Cuál es el enfoque de Peeta? ¿O no puedo preguntarlo?
--Intentará ser simpático. Sabe cómo reírse de sí mismo, le sale



de forma natural. Por otro lado, cuando abres la boca pareces malhumorada y hostil.
--¡No es verdad!
--Por favor. No sé de dónde sacaste a esa chica alegre que saludaba a la gente desde el carro de fuego, pero no la he visto desde entonces.
--Con la de razones que me has dado para estar alegre...
--No tienes que agradarme a mí, yo no te voy a patrocinar. Finge que soy tu público, encandílame.
--¡Vale! --gruño.
Haymitch adopta el papel del entrevistador y yo intento responder a sus preguntas de forma adorable, pero no puedo, estoy demasiado enfadada con él por lo que ha dicho e incluso por tener que responder a las preguntas. Sólo puedo pensar en lo injusto que es todo, en lo injustos que son los Juegos del Hambre. ¿Por qué voy dando saltitos de un lado a otro como un perro amaestrado que intenta agradar a la gente a la que odia? Cuanto más dura la entrevista, más sale a relucir mi furia, hasta que empiezo a escupirle las respuestas, literalmente.
--Vale, ya basta --me dice--. Tenemos que encontrar otro enfoque. No sólo eres hostil, sino que tampoco sé nada sobre ti. Te he hecho
cincuenta preguntas y sigo sin hacerme una idea de cómo son tu vida, tu familia y las cosas que te importan. Quieren conocerte, Katniss.
--¡Es que no quiero que me conozcan! ¡Ya me están quitando el futuro! ¡No pueden llevarse también lo que me importaba en el pasado!
--¡Pues miente! ¡Invéntate algo!
--No se me da bien mentir.
--Pues aprende deprisa. Tienes tanto encanto como una babosa muerta. --Ay, eso duele. Hasta Haymitch tiene que haberse dado cuenta de que se ha pasado, porque suaviza un poco el tono--. Tengo una idea: intenta actuar con humildad.
--Humildad.
--Que no te puedes creer que una niña del Distrito 12 haya podido hacerlo tan bien, que todo esto es más de lo que nunca te hubieras imaginado. Habla de la ropa de Cinna, de lo simpática que es la gente, de cómo te asombra esta ciudad. Si no quieres hablar de ti, al menos halágalos. Sigue diciéndolo una y otra vez, habla con entusiasmo.
Las horas siguientes son una tortura. Al instante queda claro que no puedo hablar con entusiasmo. Intentamos que me haga la chulita,
pero no tengo la arrogancia necesaria. Al parecer, soy demasiado



«vulnerable» para apostar por la ferocidad. No soy ingeniosa, ni divertida, ni sexy, ni misteriosa.
Cuando terminamos la sesión, no soy nadie. Haymitch ha
empezado a beber más o menos por la parte ingeniosa y ahora tiene un tono desagradable.
--Me rindo, preciosa. Limítate a responder las preguntas e intenta que el público no vea lo mucho que lo desprecias.
Ceno en mi cuarto. Pido una cantidad escandalosa de manjares y como hasta ponerme mala; después desahogo mi rabia contra Haymitch, los Juegos del Hambre y todos los seres vivos del Capitolio lanzando platos contra las paredes de la habitación. Cuando entra en el cuarto la chica del pelo rojo para abrirme la cama, el estropicio hace que abra mucho los ojos.
--¡Déjalo como está! --le chillo--. ¡Déjalo como está!
A ella también la odio. Odio sus ojos rencorosos que me llaman cobarde, monstruo, marioneta del Capitolio, tanto entonces como ahora. Seguro que para ella se está haciendo justicia; al menos mi muerte ayudará a pagar por la vida del chico del bosque.
Sin embargo, en vez de salir corriendo, la chica cierra la puerta y entra en el servicio, de donde sale con un trapo húmedo; después me
limpia la cara y la sangre que me ha hecho en las manos un plato roto.
¿Por qué lo hace? ¿Por qué la dejo?
--Tendría que haber intentado salvarte --susurro.
Ella sacude la cabeza. ¿Quiere decir que hicimos bien en no acercarnos? ¿Qué me ha perdonado?
--No, estuvo mal --insisto.
Ella se da un golpecito en los labios con los dedos y después me toca con ellos el pecho. Creo que significa que yo también habría acabado siendo un avox, como ella. Seguramente está en lo cierto: avox o muerta.
Me paso la hora siguiente ayudándola a limpiar el cuarto. Una vez
tirada toda la basura por la tolva y limpiada la comida del suelo, me abre la cama, me meto dentro como si tuviera cinco años y dejo que me arrope. Después se va; me gustaría que se quedase hasta que me duerma, que estuviese aquí cuando me despierte. Quiero la protección de esta chica, aunque ella no tuvo la mía.

Por la mañana no aparece ella, sino el equipo de preparación. Mis clases con Effie y Haymitch han terminado, este día le pertenece a Cinna, mi última esperanza. Quizá pueda darme un aspecto tan



maravilloso que nadie preste atención a lo que salga de mi boca.
El equipo trabaja conmigo hasta bien entrada la tarde, convirtiendo mi piel en satén reluciente, trazándome dibujos en los brazos, pintando llamas en mis veinte perfectas uñas. Después, Venia empieza a trabajarme el pelo; trenza varios mechones rojos en un recogido que parte de mi oreja izquierda, me rodea la cabeza y cae convertido en una sola trenza por mi hombro derecho. Me borran la cara con una capa de maquillaje pálido y vuelven a dibujarme las facciones: enormes ojos oscuros, labios rojos carnosos, pestañas que despiden rayitos de luz cuando parpadeo. Por último, me cubren todo el cuerpo de un polvo dorado que me hace relucir.
Entonces entra Cinna con lo que, supongo, será mi vestido, pero no lo veo, porque está cubierto.
--Cierra los ojos --me ordena.
Primero noto el forro sedoso y después el peso. Debe de pesar unos dieciocho kilos. Me agarro a la mano de Octavia y me pongo los zapatos a ciegas, aliviada al comprobar que son al menos cinco centímetros más bajos que los que Effie utilizó para las prácticas. Ajustan un par de cosas y toquetean el traje; todos guardan silencio.
--¿Puedo abrir los ojos? --pregunto.
--Sí --responde Cinna--, ábrelos.
La criatura que tengo frente a mí, en el espejo de cuerpo entero, ha llegado de otro mundo, un mundo en el que la piel brilla, los ojos deslumbran y, al parecer, hacen la ropa con piedras preciosas, porque mi vestido, oh, mi vestido está completamente cubierto de gemas que reflejan la luz, piedras rojas, amarillas y blancas con trocitos azules que acentúan las puntas del dibujo de las llamas. El más leve movimiento hace que parezcan envolverme unas lenguas de fuego.
No soy guapa. No soy bella. Resplandezco como el sol. Todos se limitan a mirarme durante un rato.
--Oh, Cinna --consigo susurrar por fin--. Gracias.
--Da una vuelta completa --me dice, y extiendo los brazos y lo hago.
El equipo de preparación grita, entusiasmado.
Cinna le dice al equipo que se vaya y hace que me mueva por la habitación con el vestido y los zapatos, que son muchísimo más manejables que los de Effie. El vestido cae de tal forma que no tengo que levantarme la falda para caminar, lo que me quita otra preocupación de encima.
--Bueno, ¿todo listo para la entrevista? --me pregunta Cinna.



A juzgar por su expresión, sé que ha estado hablando con
Haymitch, que sabe lo desastrosa que soy.
--Soy penosa. Haymitch dijo que parecía una babosa muerta. Lo intentamos todo, pero no era capaz de hacerlo, no puedo ser una de esas personas que él quiere.
--¿Y por qué no eres tú misma? --me pregunta él, después de pensárselo un momento.
--¿Yo misma? Tampoco vale. Haymitch dice que soy malhumorada y hostil.
--Bueno, eso es verdad... cuando estás con Haymitch --responde
Cinna, sonriendo--. A mí no me lo pareces, y el equipo de preparación te adora; incluso te ganaste a los Vigilantes. En cuanto a los ciudadanos del Capitolio, bueno, no dejan de hablar de ti. Nadie puede evitar admirar tu espíritu.
Mi espíritu; eso es nuevo. No sé bien qué significa, aunque sugiere que soy una luchadora, que soy valiente o algo así. Tampoco es que no sepa ser agradable. Vale, quizá no vaya por ahí repartiendo amor entre la gente, quizá sea difícil hacerme sonreír, pero hay personas que me importan.
--¿Y si, cuando estés respondiendo a las preguntas, te imaginas
que estás hablando con un amigo de casa? --me dice, cogiéndome las manos, que están heladas; las suyas no--. ¿Quién es tu mejor amigo?
--Gale --respondo al instante--, aunque no tiene sentido, Cinna, porque nunca le contaría esas cosas personales a Gale. Ya las sabe.
--¿Y yo? ¿Podrías considerarme un amigo?
--Creo que sí, pero...
De toda la gente que he conocido desde que me fui de casa, Cinna es, de lejos, mi favorito. Me gustó desde el principio y no me ha decepcionado todavía.
--Estaré sentado en la plataforma principal, con los demás estilistas; podrás mirarme directamente. Cuando te pregunten algo, búscame y contesta con toda la sinceridad posible.
--¿Aunque lo que piense decir sea horrible? --pregunto, porque podría ser así, de verdad.
--Sobre todo si crees que es horrible. ¿Lo intentarás?
Asiento. Tenemos un plan... o, al menos, algo a lo que aferrarme. El momento de salir llega demasiado pronto. Las entrevistas se
realizan en un escenario construido delante del Centro de
Entrenamiento. A los pocos minutos de salir de mi cuarto estaré delante de la multitud, de las cámaras, de todo Panem.



Cuando Cinna va a girar el pomo de la puerta, le cojo la mano.
--Cinna... --El miedo escénico me tiene completamente petrificada.
--Recuerda, ya te quieren --me dice con amabilidad--. Limítate a ser tú misma.
Nos reunimos con el resto del equipo del Distrito 12 en el ascensor. Portia y los suyos han trabajado mucho: Peeta está impresionante con su traje negro con adornos de llamas. Aunque tenemos buen aspecto juntos, es un alivio que no vayamos vestidos exactamente igual. Haymitch y Effie también se han arreglado para la ocasión; evito a Haymitch, pero acepto los cumplidos de Effie. A pesar de que esta mujer puede ser fastidiosa y no se entera de nada, al menos no es destructiva, como Haymitch.
Se abren las puertas del ascensor y vemos que los demás tributos se ponen en fila para subir al escenario. Los veinticuatro nos sentamos formando un gran arco durante las entrevistas. Yo seré la última, o la penúltima, porque la chica siempre precede al chico de su distrito.
¡Ojalá pudiera salir la primera y quitármelo ya de encima! Ahora tendré que escuchar lo ingeniosos, divertidos, humildes, feroces o encantadores que son los demás antes de que me toque. Además, el público empezará a aburrirse, igual que los Vigilantes, y no sería buena idea dispararles una flecha para llamar su atención.
Justo antes de que salgamos a desfilar por el escenario, Haymitch se nos acerca por detrás y gruñe:
--Recordad, seguís siendo una pareja feliz, así que actuad como si lo fuerais.
¿Qué? Creía que habíamos dejado eso cuando Peeta pidió entrenamientos separados, pero supongo que se trataba de una cosa privada, no pública. En cualquier caso, no tenemos mucho espacio para interactuar, ya que caminamos de uno en uno hasta nuestros asientos y ocupamos nuestros sitios.
Con tan sólo poner el pie en el escenario, ya se me acelera la respiración. Noto los latidos de las venas en las sienes. Es un alivio llegar a la silla, porque, entre los tacones y el temblor de piernas, me da miedo tropezar. Aunque ya cae la noche, el Círculo de la Ciudad está más iluminado que un día de verano. Han construido unas gradas elevadas para los invitados prestigiosos, con los estilistas colocados en primera fila. Las cámaras se volverán hacia ellos cuando la multitud reaccione a su trabajo. También hay un gran balcón reservado para los Vigilantes, y los equipos de televisión se han hecho con casi todos



los demás balcones. Sin embargo, el Círculo de la Ciudad y las avenidas que dan a él están completamente abarrotados de gente, todos de pie. En las casas y en los auditorios municipales de todo el país, todos los televisores están encendidos, todos los ciudadanos de Panem nos ven. Esta noche no habrá apagones.
Caesar Flickerman, el hombre que se encarga de las entrevistas desde hace más de cuarenta años, entra en el escenario. Da un poco de miedo, porque su apariencia no ha cambiado nada en todo ese tiempo: la misma cara bajo una capa de maquillaje blanco puro; el mismo peinado, aunque cada año lo tiñe de un color diferente; el mismo traje de ceremonias, azul marino salpicado de miles de diminutas bombillas que centellean como estrellas. En el Capitolio tienen cirujanos que hacen a la gente más joven y delgada, mientras que, en el Distrito 12, parecer viejo es una especie de logro, ya que muchos mueren jóvenes. Si ves a un anciano te dan ganas de felicitarlo por su longevidad, de preguntarle el secreto de la supervivencia. Todos envidian a los gorditos, porque su aspecto significa que no han tenido problemas para comer, como la mayoría de nosotros. Aquí es distinto: las arrugas no son deseables, y una barriga redonda no es símbolo de éxito.
Este año, Caesar lleva el pelo de color celeste, y los párpados y labios pintados del mismo tono. Está raro, aunque no da tanto miedo como el año pasado, que iba de escarlata y daba la impresión de que estaba sangrando. El presentador cuenta algunos chistes para animar a la audiencia y después se pone manos a la obra.
La chica del Distrito 1 sube al centro del escenario con un provocador vestido transparente dorado y se une a Caesar para la
entrevista. Está claro que su mentor no ha tenido ningún problema al elegir su enfoque: con ese precioso cabello rubio, los ojos verde esmeralda, un cuerpo alto y esbelto..., es sexy la mires por donde la mires.
Las entrevistas duran tres minutos, pasados los cuales suena un zumbido y sube el siguiente tributo. Hay que reconocer que Caesar hace todo lo posible por que los tributos brillen; es agradable, intenta tranquilizar a los nerviosos, se ríe con las bromas tontas y puede convertir una respuesta floja en algo memorable sólo con su reacción.
Permanezco sentada como una dama, siguiendo las instrucciones de Effie, mientras los distritos siguen pasando, 2, 3, 4. Todos tienen un enfoque: el chico monstruoso del Distrito 2 es una máquina de matar implacable; la chica con cara astuta del Distrito 5 es maliciosa y



escurridiza, como una comadreja. Veo a Cinna en cuanto se sienta, pero ni siquiera su presencia me relaja. 8, 9, 10. El chico cojo del Distrito 10 es muy callado. Me sudan una barbaridad las manos y el vestido de piedras preciosas no es absorbente, así que me resbalan si intento secármelas en él. 11.
Rue, con un vestido de gasa y alas, revolotea hasta Caesar, y la multitud guarda silencio al ver a la chica, que parece un soplo de aire mágico. El presentador la trata con dulzura y alaba el siete que sacó en los entrenamientos, una puntuación muy alta para alguien tan pequeño. Cuando le pregunta cuál será su punto fuerte en el estadio, ella no vacila:
--Cuesta atraparme --dice, con voz trémula--. Y, si no me atrapan, no podrán matarme, así que no me descarte tan deprisa.
--Ni en un millón de años --responde Caesar, animándola.
El chico del Distrito 11, Thresh, tiene la misma piel morena de Rue, pero ahí se acaba el parecido. Es uno de los gigantes, casi dos metros de altura, y tiene la constitución de un buey, aunque sé que ha rechazado las invitaciones de los tributos profesionales para unirse a ellos. Ha preferido quedarse solo, sin hablar con nadie y mostrando poco interés por el entrenamiento. Aun así, ha conseguido un diez, y no cuesta imaginar qué ha impresionado a los Vigilantes. Hace caso omiso de los intentos de Caesar por bromear con él y responde con sí o no, o, simplemente, no dice nada.
Si yo tuviera su tamaño podría causar buena impresión siendo malhumorada y hostil... ¡y no pasaría nada! Estoy segura de que la
mitad de los patrocinadores está ya pensando en ayudarlo a él. Si yo
tuviese dinero, también lo haría.
Y ahora llaman a Katniss Everdeen, y me siento como en un sueño, levantándome y acercándome al escenario central. Acepto el apretón de manos de Caesar y él tiene la elegancia de no limpiarse el sudor de inmediato en el traje.
--Bueno, Katniss, el Capitolio debe de ser un gran cambio, comparado con el Distrito 12. ¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí?
¿Qué? ¿Qué ha dicho? Es como si las palabras no tuviesen sentido.
Se me ha quedado la boca seca como una suela de zapato. Busco con desesperación a Cinna entre la multitud y lo miro a los ojos; me imagino que las palabras han salido de sus labios: «¿Qué es lo que más te ha impresionado desde que estás aquí?». Me devano los



sesos intentando pensar en algo que me haya hecho feliz desde mi llegada. «Sé sincera --pienso--. Sé sincera.»
--El estofado de cordero --consigo decir. Caesar se ríe y me doy
cuenta, vagamente, de que parte del público hace lo mismo.
--¿El de ciruelas pasas? --pregunta Caesar, y yo asiento--. Oh, yo lo como sin parar. --Se vuelve hacia la audiencia, horrorizado, con la mano en el estómago--. No se me notará, ¿verdad? --Todos gritan para animarlo y aplauden. A esto me refería: él siempre intenta ayudarte--. Bueno, Katniss --sigue, en tono confidencial--, cuando apareciste en la ceremonia inaugural se me paró el corazón, literalmente. ¿Qué te pareció aquel traje?
Cinna arquea una ceja. Tengo que ser sincera.
--¿Quieres decir después de comprobar que no moría abrasada? Carcajada del presentador, carcajadas auténticas del público.
--Sí, a partir de ahí.
--Pensé que Cinna era un genio --Cinna, amigo mío, tenía que decírtelo de todas formas--, que era el traje más maravilloso que había visto y que no me podía creer que lo llevase puesto. Tampoco puedo creerme que lleve éste. --Levanto la falda para extenderla--. En fin,
¡fíjate!
Mientras el público se deshace en exclamaciones de admiración, veo que Cinna mueve el dedo en círculos; sé qué quiere decirme:
«Gira para mí».
Me levanto, doy un giro completo y la reacción es inmediata.
--¡Oh, hazlo otra vez! --me pide Caesar, así que levanto los brazos y doy vueltas y más vueltas, dejando que la falta flote, dejando que el vestido me envuelva en llamas. El público me vitorea. Cuando me detengo, tengo que agarrarme al brazo del presentador--. ¡No te pares! --me dice.
--Tengo que hacerlo. ¡Me he mareado!
También estoy soltando risitas tontas, que es algo que, me parece, no he hecho en la vida. Los nervios y los giros han podido conmigo.
--No te preocupes, te tengo --me dice Caesar, rodeándome con un brazo--. No podemos dejar que sigas los pasos de tu mentor.
--Todos empiezan a abuchear y las cámaras enfocan a Haymitch, que
ahora es famoso por su caída en la cosecha; él agita una mano para callarlos, de buen humor, y me señala--. No pasa nada --dice el presentador para tranquilizar a la multitud--, conmigo está a salvo. Bueno, hablemos de la puntuación: on-ce. Danos una pista de lo que



pasó allí dentro.
--Ummm... --digo, mirando a los Vigilantes, que están en el balcón, y me muerdo un labio--. Sólo diré una cosa: creo que nunca habían visto nada igual.
Las cámaras enfocan a los Vigilantes, que están riéndose y asintiendo.
--Nos estás matando --protesta el presentador, como si le doliese
de verdad--. Detalles, detalles.
--Se supone que no puedo contar nada, ¿verdad? --pregunto, mirando al balcón.
--¡Así es! --grita el Vigilante que se cayó dentro de la ponchera.
--Gracias --respondo--. Lo siento, mis labios están sellados.
--Entonces volvamos al momento en que dijeron el nombre de tu hermana en la cosecha --sigue el presentador, con un tono más pausado--. Tú te presentaste voluntaria. ¿Nos puedes hablar de ella?
No, no, no, a vosotros no, pero quizá a Cinna sí. Creo que no me estoy imaginando la tristeza que expresa su rostro.
--Se llama Prim, sólo tiene doce años y la amo más que a nada en el mundo.
El silencio era tan absoluto que no se oía ni un suspiro.
--¿Qué te dijo después de la cosecha? Sé sincera, sé sincera. Trago saliva.
--Me pidió que intentase ganar como pudiera.
La audiencia está paralizada, pendiente de cada palabra.
--¿Y qué respondiste? --pregunta Caesar, con amabilidad, pero, en vez de sentirme arropada, noto que un frío glacial me recorre el cuerpo y que pongo los músculos en tensión, como antes de atrapar una presa. Cuando hablo, mi tono de voz parece haber bajado una octava.
--Le juré que lo haría.
--Seguro que sí --dice él, apretándome la mano. Entonces suena el zumbido--. Lo siento, nos hemos quedado sin tiempo. Te deseo la mejor de las suertes, Katniss Everdeen, tributo del Distrito 12.
Los aplausos continúan mucho después de sentarme. Miro a Cinna para que me tranquilice, y él levanta el pulgar para indicarme que todo ha ido bien.
Me paso aturdida la primera parte de la entrevista de Peeta, aunque veo que tiene al público en sus manos desde el principio; los oigo reír y gritar. Está utilizando lo de ser el hijo del panadero para comparar a los tributos con los panes de sus distritos. Después cuenta



una anécdota divertida sobre los peligros de las duchas del Capitolio.
--Dime, ¿todavía huelo a rosas? --le pregunta a Caesar, y después se pasan un rato olisqueándose por turnos, lo que hace que todos se partan de risa. Empiezo a recuperar la concentración cuando Caesar le pregunta si tiene una novia en casa.
Peeta vacila y después sacude la cabeza, aunque no muy convencido.
--¿Un chico guapo como tú? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama?
--Bueno, hay una chica --responde él, suspirando--. Llevo
enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante seguro de que ella no sabía nada de mí hasta la cosecha.
La multitud expresa su simpatía: comprenden lo que es un amor no correspondido.
--¿Tiene a otro?
--No lo sé, aunque les gusta a muchos chicos.
--Entonces te diré lo que tienes que hacer: gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh? --lo anima Caesar.
--Creo que no funcionaría. Ganar... no ayudará, en mi caso.
--¿Por qué no? --pregunta Caesar, perplejo.
--Porque... --empieza a balbucear Peeta, ruborizándose--. Porque... ella está aquí conmigo.
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