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Capítulo XVII

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 17, 2012 2:58 pm

Es mediodía. Hora del almuerzo.
Me siento en un pasillo que no reconozco. Entré allí porque necesitaba alejarme del dormitorio. Tal vez si trajera mi ropa de cama hasta acá, nunca tendría que ir al dormitorio de nuevo. Puede ser mi imaginación, pero todavía siento el olor a sangre ahí, a pesar de que fregué el suelo hasta que mis manos estuvieron adoloridas, y alguien vertió lejía sobre él esta mañana.
Me pellizco el puente de la nariz. Fregar el suelo cuando nadie más quería hacerlo era algo que mi madre habría hecho. Si no puedo estar con ella, lo menos que puedo hacer es actuar como ella a veces.
Escucho a personas acercándose, sus pasos haciendo eco sobre el suelo de piedra, y miro hacia abajo a mis zapatos. Me cambié de zapatillas deportivas grises a negras hace una semana, pero las grises están enterradas en uno de mis cajones. No puedo soportar tirarlas a la basura, incluso aunque sé que es absurdo estar atada a unas zapatillas, como si ellas pudieran llevarme a casa.
―¿Tris?
Miro hacia arriba. Uriah se detiene frente a mí. Hace señales a los Iniciados nacidos en Intrepidez con los que camina. Ellos intercambian miradas, pero siguen caminando.
―¿Estás bien? ―dice.
―Tuve una noche difícil.
―Sí, me enteré lo de ese chico Edward. ―Uriah mira pasillo abajo. Los Iniciados nacidos en Intrepidez desaparecen en una esquina. Luego él sonríe un poco―. ¿Quieres salir de aquí?
―¿Qué? ―pregunto―. ¿A dónde vas?
―A un pequeño ritual de Iniciación ―dice―. Vamos. Tenemos que darnos prisa.
Considero mis opciones brevemente. Me puedo sentar aquí. O puedo dejar el recinto de Intrepidez.
Me empujo para ponerme de pie y corro junto a Uriah para alcanzar a los Iniciados nacidos en Intrepidez.
―Los únicos Iniciados que por lo general vienen son los que tienen hermanos mayores en Intrepidez ―dice―. Pero quizá ni siquiera lo noten. Sólo actúa como si pertenecieses.
―¿Qué es lo que estamos haciendo exactamente?
―Algo peligroso ―dice. Una mirada que sólo puedo describir como manía-Intrepidez aparece en sus ojos, pero en lugar de retroceder por eso, como podría haber hecho un par de semanas atrás, la imito, como si fuera contagiosa. La excitación sustituye la sensación pesada dentro de mí. Desaceleramos cuando llegamos junto a los Iniciados nacidos en Intrepidez.
―¿Qué está haciendo la Estirada aquí? ―pregunta un chico con un anillo de metal entre sus fosas nasales.
―Ella sólo vio a ese sujeto recibir una puñalada en el ojo, Gabe ―dice Uriah―. Dale un respiro, ¿de acuerdo?
Gabe se encoge de hombros y se aleja. Nadie más dice nada, aunque algunos de ellos me miran de reojo, como si me estuvieran midiendo. Los Iniciados nacidos en Intrepidez son como una jauría de perros. Si actúo de manera incorrecta, no me dejarán correr con ellos. Pero por ahora, estoy a salvo.
Giramos en otra esquina, y un grupo de miembros están de pie al final del próximo pasillo. Hay muchos de ellos como para estar todos relacionados a Iniciados nacidos en Intrepidez, pero veo algunas similitudes entre las caras.
―Vamos ―dice uno de los miembros. Se gira y se sumerge a través de una puerta oscura. Los otros miembros lo siguen, y nosotros los seguimos. Me quedo cerca detrás de Uriah mientras nos adentramos en la oscuridad y mi pie golpea un escalón. Me equilibro antes de caer hacia adelante y empezar a ascender.
―Escaleras traseras ―dice Uriah, casi murmurando―. Normalmente cerradas.
Asiento, aunque él no me puede ver, y subo hasta que todos los escalones desaparecen. Para entonces, una puerta en la parte superior de la escalera se abre, dejando entrar la luz del día. Salimos desde el suelo a unos pocos cientos de metros del edificio de cristal encima de La Fosa, cerca de las vías del tren.
Siento como si hubiese hecho esto miles de veces. Escucho la bocina del tren. Siento las vibraciones en el suelo. Veo la luz conectada a la cabeza de la máquina. Trueno mis nudillos y reboto una vez sobre los dedos de mis pies.
Corremos en un solo grupo junto al vagón, y en olas, los miembros e Iniciados por igual se amontonan en el vagón. Uriah entra antes que yo, y personas presionan detrás de mí. No puedo cometer ningún error; me lanzo hacia los lados, agarrando la manija al costado del vagón, y me elevo a mí misma dentro el vagón. Uriah me agarra del brazo para estabilizarme.
El tren retoma su velocidad. Uriah y yo nos sentamos contra una de las paredes.
Grito por encima del viento: ―¿A dónde vamos?
Uriah se encoge de hombros. ―Zeke nunca me lo dijo.
―¿Zeke?
―Mi hermano mayor ―dice. Señala a través del espacio a un joven que estaba sentado en la puerta con las piernas colgando fuera del vagón. Es delgado y bajo y no se parece en nada a Uriah, aparte de su colorido.
―No lo alcanzas a saber. ¡Arruina la sorpresa! ―Grita la chica a mi izquierda. Ella extiende la mano―. Soy Shauna.
Le estrecho la mano, pero no la agarro lo suficientemente fuerte y la dejó ir demasiado rápido. Dudo que alguna vez mejore mi apretón de manos. No se siente natural apretar la mano con extraños.
―Yo soy… ―empiezo a decir.
―Sé quién eres ―dice―. Eres la Estirada. Cuatro me habló de ti.
Rezo para que el calor en mis mejillas no sea visible. ―¿Ah, sí? ¿Qué dijo?
Ella me sonríe. ―Él dijo que eras una Estirada. ¿Por qué lo preguntas?
―Si mi instructor está hablando de mí ―digo, tan firmemente como puedo―, quiero saber lo que está diciendo. ―Espero sonar convincente al mentir―. Él no viene, ¿verdad?
―No. Nunca viene a esto ―dice ella―. Probablemente es que ya perdió su atractivo. No hay mucho que le asuste, ya sabes.
Él no viene. Algo en mí se desinfla como un globo desatado. Lo ignoro y asiento. Sé que Cuatro no es un cobarde. Pero también sé que por lo menos una cosa sí le da miedo: las alturas. Lo que sea que estamos haciendo, debe implicar alturas para que él lo evite. Ella no debe saber eso si habla de él con tanta reverencia en su voz.
―¿Lo conoces bien? ―pregunto. Soy demasiado curiosa; siempre lo he sido.
―Todo el mundo conoce a Cuatro ―dice―. Nos Iniciamos juntos. Yo era mala en la lucha, así que él me enseñó todas las noches, después de que todo el mundo estuviese dormido. ―Se rasca la parte de atrás del cuello, su expresión repentinamente es seria―. Amable de su parte.
Ella se levanta y se para detrás de los miembros sentados en la puerta. En un segundo, su expresión seria se ha ido, pero todavía me siento confundida por lo que dijo, mitad confundida con la idea de Cuatro siendo “amable” y mitad queriendo pegarle sin razón aparente.
―¡Aquí vamos! ―grita Shauna. El tren no ha disminuido la velocidad, pero ella se lanza del vagón. Los otros miembros la siguen, una corriente de personas vestidas de negro, perforadas no mucho mayores que yo. Me detengo en la puerta junto a Uriah. El tren está yendo mucho más rápido que todas las otras veces que he saltado, pero no puedo perder el valor ahora, frente a todos estos miembros. Así que salto, golpeando duro el suelo y tropezando hacia adelante unos pasos antes de recuperar el equilibrio.
Uriah y yo corremos para alcanzar a los miembros, junto con los otros Iniciados, quienes apenas miraron en mi dirección.
Miro a mi alrededor mientras camino. El Cubo está detrás de nosotros, negro contra las nubes, pero los edificios que me rodean son oscuros y silenciosos. Eso significa que debemos estar al norte del puente, donde la ciudad está abandonada.
Doblamos en una esquina y nos esparcimos a medida que caminamos por la Avenida Michigan. Al sur del puente, la Avenida Michigan es una calle muy transitada, repleta de gente, pero aquí está desierta.
Tan pronto como levanto los ojos para explorar los edificios, ya sé a dónde vamos: el vacío edificio Hancock, un pilar negro con vigas entrecruzadas, el edificio más alto al norte del puente.
Pero, ¿qué vamos a hacer? ¿Escalarlo?
A medida que nos acercamos, los miembros empiezan a correr, y Uriah y yo nos apuramos para alcanzarlos. Empujándose unos a los otros con los codos, se apresuran a través de una serie de puertas en la base del edificio. El vidrio de una de ellas está roto, por lo que es sólo un marco. Paso a través de ella en lugar de abrirla y sigo a los miembros a través de una misteriosa, y oscura entrada, haciendo crujir los vidrios rotos bajo mis pies.
Espero a que subamos por las escaleras, pero nos detenemos en los ascensores.
―¿Los ascensores funcionan? ―le pregunto a Uriah, lo más silenciosamente que puedo.
―Claro que sí ―dice Zeke, poniendo los ojos en blanco―. ¿Crees que soy lo suficientemente estúpido como para no venir aquí antes y encender el generador de emergencia?
―Sí ―dice Uriah―. En parte lo hago.
Zeke mira a su hermano, luego le hace una llave en la cabeza y frota los nudillos en el cráneo de Uriah. Zeke puede ser más bajo que Uriah, pero debe ser más fuerte. O por lo menos, más rápido. Uriah lo golpea en el costado, y él lo deja ir.
Sonrío al ver el cabello revuelto de Uriah, y las puertas del ascensor se abren. Nos amontonamos adentro, los miembros en uno y los Iniciados en otro. Una chica con la cabeza rapada me pisa los dedos de los pies en el camino y no se disculpa. Agarro mi pie, haciendo una mueca, y considerando patearla en la espinilla. Uriah mira su reflejo en las puertas del ascensor y se acomoda el cabello.
―¿Qué piso? ―dice la chica con la cabeza rapada.
―Cien ―le digo.
―¿Cómo sabestú eso?
―Lynn, vamos ―dice Uriah―. Se amable.
―Estamos en un edificio de cien pisos abandonado con algunos de Intrepidez ―replico―. ¿Por qué no lo sabes tú?
Ella no responde. Sólo empuja el pulgar en el botón correcto.
El ascensor se eleva tan rápido que mi estómago cae y mis oídos se tapan. Aferro una barandilla a un lado del ascensor, mirando los números ascender. Pasamos el veinte, y el treinta, y el cabello de Uriah está finalmente sin problemas. Cincuenta, sesenta, y los dedos de mis pies palpitan. Noventa y ocho, noventa y nueve, y el ascensor se detiene en el cien. Me alegro de que no tomáramos las escaleras.
―Me pregunto cómo vamos a llegar a la azotea de... ―la voz de Uriah se desvanece.
Un fuerte viento me golpea, empujándome el cabello en la cara. Hay un enorme agujero en el techo del piso cien. Zeke sostiene una escalera de aluminio contra el borde y empieza a subir. La escalera cruje y se balancea bajo sus pies, pero él sigue subiendo, silbando mientras lo hace. Cuando llega a la azotea, se da la vuelta y sostiene la parte superior de la escalera para la siguiente persona.
Una parte de mí se pregunta si esto no es una misión suicida disfrazada de juego.
No es la primera vez me he preguntado esto desde la Ceremonia de Elección.
Subo la escalera después de Uriah. Esto me recuerda el ascenso de los peldaños de la Rueda de la Fortuna con Cuatro cerca de mis talones. Recuerdo sus dedos en mi cadera de nuevo, la forma en que me sostuvo para que no me cayera, y casi pierdo un escalón en la escalera. Estúpida.
Mordiéndome el labio, llego a la parte superior y me paro sobre el techo del edificio Hancock.
El viento es tan poderoso que no escucho ni siento nada más. Tengo que apoyarme contra Uriah para no caer. Al principio, todo lo que veo es una ciénaga, ancha y marrón y en todas partes, tocando el horizonte, carente de vida. En la otra dirección está la ciudad, y en muchos aspectos es lo mismo, sin vida y con límites que no conozco.
Uriah apunta algo. Conectado a uno de los postes en la parte superior de la torre hay un cable de acero del grosor de mi muñeca. En el suelo hay un montón de arneses negros de tela resistente, lo suficientemente grande para sostener a un ser humano. Zeke toma uno y lo conecta a una polea que cuelga del cable de acero.
Sigo el cable hacia abajo, sobre el conjunto de edificios a lo largo de Lake Shore Drive. No sé dónde termina. Una cosa está clara, sin embargo: si decido continuar con todo esto, voy a averiguarlo.
Vamos a deslizarnos por un cable de acero en un arnés negro a trescientos metros de altura.
―Oh Dios mío ―dice Uriah.
Todo lo que puedo hacer es asentir.
Shauna es la primera persona en entrar al arnés. Ella se retuerce hacia adelante en su estómago hasta que la mayor parte de su cuerpo se apoya en el tejido negro. Después, Zeke tira una correa a través de sus hombros, la parte baja de su espalda y la parte superior de sus muslos. Él la empuja, en el arnés, al borde del edificio y hace una cuenta regresiva desde cinco. Shauna levanta los pulgares hacia arriba mientras él la empuja hacia delante, hacia la nada.
Lynn jadea mientras Shauna se precipita hacia el suelo en una pendiente pronunciada, de cabeza. Empujo más allá de ella para ver mejor. Shauna se mantiene segura en el arnés por tanto tiempo como puedo ver, y luego está demasiado lejos, sólo un punto negro en Lake Shore Drive.
Los miembros gritan y levantan los puños y forman una línea, a veces empujándose unos a otros, para conseguir un mejor lugar. De alguna manera soy la primera Iniciada en línea, justo adelante de Uriah. Sólo siete personas se interponen entre la línea y yo.
Sin embargo, hay una parte de mí que gime, ¿tengo que esperar por siete personas? Se trata de una extraña mezcla de terror y ansiedad, desconocida hasta ahora.
El siguiente miembro, un joven de cabello hasta los hombros, salta en el arnés sobre su espalda en lugar de su estómago. Él extiende los brazos mientras Zeke lo empuja a lo largo del cable de acero.
Ninguno de los miembros parece en absoluto asustado. Ellos actúan como si lo han hecho miles de veces antes, y tal vez lo hicieron. Pero cuando miro por encima del hombro, veo que la mayoría de los Iniciados se ven pálidos o preocupados, incluso si se hablan con entusiasmo unos a otros. ¿Qué pasa entre la Iniciación y la membrecía que hace que el pánico se transforme en deleite? ¿O las personas sólo mejoran se capacidad de ocultar su miedo?
Tres personas delante de mí. Otro arnés; una miembro pone los pies por delante y cruza los brazos sobre su pecho. Dos personas. Un chico alto, robusto salta de arriba y abajo como un niño antes de subir al arnés y lanzar un chillido alto mientras desaparece, haciendo que la chica delante de mí se ría. Una sola persona.
Ella salta al arnés de bruces y mantiene sus manos en frente de ella mientras Zeke aprieta las correas. Y entonces me toca a mí.
Me estremezco mientras Zeke cuelga mi arnés del cable. Trato de subir, pero tengo problemas; me tiemblan mucho las manos.
―No te preocupes ―dice Zeke justo al lado de mi oído. Él me toma del brazo y me ayuda a entrar, boca abajo.
Las correas se aprietan alrededor de mi cintura, y Zeke me desliza hacia adelante, hacia el borde del techo. Miro hacia abajo a las vigas de acero del edificio y las ventanas negras, todo el camino a la acera agrietada. Soy una tonta por hacer esto. Y una tonta por disfrutar de la sensación de mi corazón golpeando contra mi esternón y el sudor acumulándose en las líneas de mis manos.
―¿Lista, Estirada? ―Zeke sonríe hacia mí―. Tengo que decir que estoy impresionado de que no estés gritando y llorando en este momento.
―Te lo dije ―dice Uriah―. Ella es Intrepidez hasta la médula. Ahora manos a la obra.
―Cuidado, hermano, o podría no apretar tus correas lo suficiente ―dice Zeke. Él golpea a su rodilla―. Y entonces, ¡plaf!
―Sí, sí ―dice Uriah―. Y entonces nuestra madre te herviría vivo.
Al escucharlo hablar de su madre, de su familia intacta, hace que me duela el pecho por un segundo, como si alguien lo perforara con una aguja.
―Sólo si se entera. ―Zeke tira de la polea del cable de acero. Lo sostiene, lo cual es una suerte, porque si se rompe, mi muerte será rápida y segura. Él me mira y dice―: Preparados, listos, y…
Antes de que pueda terminar la palabra “ya”, él suelta la correa y lo olvido, me olvido de Uriah, y la familia, y de todas las cosas que pueden funcionar mal y llevarme a la muerte. Escucho el metal deslizarse contra el metal y el viento se siente tan intenso que fuerza lágrimas en mis ojos mientras me precipito hacia el suelo.
Me siento como si fuera insustancial, sin peso. Delante de mí la ciénaga se ve enorme, sus manchas marrones extendiéndose más allá de lo que puedo ver, incluso a esta altura. El aire es tan frío y tan rápido que lastima mi cara. Tomo velocidad y un grito de alegría se eleva dentro de mí, sólo me detengo por el viento que me llena la boca al segundo que mis labios se abren.
Sostenida segura por las correas, echo mis brazos hacia los lados y me imagino que estoy volando. Me sumerjo hacia la calle, que está agrietada y desigual y sigo perfectamente la curva de la ciénaga. Me puedo imaginar, aquí arriba, cómo se veía la ciénaga cuando estaba llena de agua, como acero líquido como si reflejara el color del cielo.
Mi corazón late tan fuerte que duele, y no puedo gritar y no puedo respirar, pero también puedo sentir todo, cada vena y cada fibra, cada hueso y cada nervio, todos despiertos y zumbando en mi cuerpo como si estuviese cargada de electricidad. Soy pura adrenalina.
El suelo crece y sobresale por debajo de mí, y puedo ver a las personas pequeñas de pie en el pavimento. Debería gritar, como cualquier ser humano racional haría, pero cuando abro la boca de nuevo, sólo chillo de alegría. Grito más fuerte, y las figuras en el suelo levantan sus puños y gritan de vuelta, pero están tan lejos que apenas los escucho.
Miro hacia abajo y el suelo debajo de mí es un borrón, todo gris, blanco y negro, vidrio y pavimento y acero. Zarcillos de viento, suave como cabello, envuelven mis dedos y empujo mis brazos hacia atrás. Trato de poner mis brazos en mi pecho otra vez, pero no soy lo suficientemente fuerte. El suelo se hace más y más grande.
No reduzco la velocidad durante un minuto por lo menos, pero navego en paralelo al suelo, como un pájaro.
Cuando me detengo, me paso los dedos por el cabello. El viento me lo enredó. Cuelgo a unos seis metros por encima del suelo, pero la altura parece nada ahora. Alcanzo detrás de mí y trabajo para desatar las correas que me sostienen. Mis dedos tiemblan, pero aún así me las arreglo para aflojarlas. Un grupo de miembros se sitúan por debajo. Se aferran unos a otros por los brazos, formando una red de miembros por debajo de mí.
Con el fin de bajar, tengo que confiar en ellos para que me atrapen. Tengo que aceptar que estas personas son de los míos, y yo soy de los suyos. Es un acto más valiente que deslizarse por la línea.
Me retuerzo hacia adelante y caigo. Golpeó duro sus brazos. Los huesos de sus muñecas y antebrazos presionan en mi espalda, y luego unas palmas se envuelven alrededor de mis brazos y me ponen de pies. No sé qué manos me sostienen y qué manos no lo hacen; veo sonrisas y escucho risas.
―¿Qué piensas? ―dice Shauna, dándome palmadas en el hombro.
―Um... ―Todos los miembros me miran. Se ven tan arremolinados como me siento, el frenesí de adrenalina en sus ojos y sus cabellos retorcidos. Entiendo por qué mi padre dijo que los Intrepidez eran una manada de locos. Él no podía entender el tipo de camaradería que se forma sólo después de que todos han arriesgado su vida juntos.
―¿Cuándo puedo volver a hacerlo? ―digo. Mi sonrisa se extiende lo suficientemente amplia como para mostrar los dientes, y cuando se ríen, yo me río. Pienso en la subida de las escaleras con Abnegación, nuestros pies encontrando el mismo ritmo, todos como iguales. Esto no es así. No somos iguales. Pero somos, de alguna manera, uno.
Miro hacia el edificio Hancock, que está tan lejos de donde estoy que no puedo ver a las personas en el techo.
―¡Mira! ¡Ahí está! ―dice alguien, señalando por encima de mi hombro. Sigo el dedo apuntando hacia una pequeña forma oscura deslizándose por el cable de acero. A los pocos segundos escucho un grito espeluznante.
―Apuesto a que va a llorar.
―¿El hermano de Zeke, llora? De ninguna manera. Se ganaría un fuerte golpe.
―¡Sus brazos se están agitando!
―Suena como un gato estrangulado ―digo. Todo el mundo se ríe de nuevo. Siento una punzada de culpa por burlarme de Uriah cuando no puede escucharme, pero hubiera dicho lo mismo si estuviera parado acá. Espero.
Cuando Uriah finalmente se detiene, sigo a los demás miembros a reunirme con él. Nos alineamos debajo de él y empujamos nuestros brazos en el espacio entre nosotros. Shauna ancla una mano alrededor de mi codo. Agarro otro brazo ―no estoy segura de a quién pertenece, hay demasiadas manos enlazadas― y la miro.
―Estoy bastante segura de que no podemos llamarte “Estirada” nunca más ―dice Shauna. Ella asiente―. Tris.

* * * * *

Todavía huelo como el viento cuando entro en la cafetería esa noche. Para el segundo después de que camino dentro, estoy entre una multitud de Intrepidez, y me siento como una de ellos. Entonces Shauna me saluda con la mano por lo que la gente se separa, y me acerco a la mesa donde Christina, Al, y Will están sentados, mirándome con la boca abierta.
No pensé en ellos cuando acepté la invitación de Uriah. En cierto modo, es satisfactorio ver las aturdidas miradas en sus rostros. Pero no quiero que se molesten conmigo tampoco.
―¿Dónde estabas? ―pregunta Christina―. ¿Qué estabas haciendo con ellos?
―Uriah... ¿Sabes, el nacido en Intrepidez que estuvo en nuestro equipo de captura la bandera? ―digo―. Él se iba con algunos de los miembros y les rogó que me dejaran ir. Ellos realmente no me querían ahí. Una chica llamada Lynn me piso.
―Puede que no te hayan querido allí entonces ―dice Will tranquilamente―, pero parece que les gustas ahora.
―Sí ―le digo. No lo puedo negar―. Sin embargo, me alegro de estar de vuelta.
Esperemos que ellos no puedan decir que estoy mintiendo, pero sospecho que pueden. Me veo a mí misma en una ventana en el camino al recinto, y mis mejillas y ojos brillan, mi cabello está enredado. Parece que he experimentado algo poderoso.
―Bueno, te perdiste a Christina casi golpeando a un Sabiduría ―dice Al. Su voz suena ansiosa. Puedo contar con Al para tratar de romper la tensión―. Él estaba por aquí pidiendo opiniones sobre el liderazgo de Abnegación y Christina le dijo que había cosas más importantes que él debería estar haciendo.
―De lo cual ella tenía toda la razón ―añade Will―. Y él se irrito con ella. Gran error.
―Enorme ―digo, asintiendo. Si sonrío bastante, tal vez pueda hacer que se olviden de sus celos, o daño, o lo que sea que se está gestando detrás de los ojos de Christina.
―Sí ―dice ella―. Mientras tú estabas afuera divirtiéndote, yo estaba haciendo el trabajo sucio de defender a tu antigua Facción, eliminando los conflictos Inter-Facción...
―Vamos, sabes que lo disfrutaste ―dice Will, empujándola con el codo―. Si no vas a contar toda la historia, yo lo haré. Él estaba de pie...
Will se lanza en su historia, y yo asiento a lo largo como si estuviera escuchando, pero todo en lo que puedo pensar es estar mirando hacia abajo del edificio Hancock, y en la imagen que tuve de la totalidad de la ciénaga llena de agua, restaurada en su antigua gloria. Miro por encima del hombro de Will a los miembros, que se están lanzando pedazos de comida los unos a los otros con sus tenedores.
Es la primera vez que he estado tan ansiosa por ser una de ellos.
Lo que significa que tengo que sobrevivir a la siguiente etapa de la Iniciación.
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