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Capítulo XXIV

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Mensaje por iita ™ Vie Ago 31, 2012 6:41 pm

―Tris.
En mi sueño, mi madre dice mi nombre. Ella me hace señas, y cruzo la cocina para pararme a su lado. Señala la olla en la estufa, y levanto la tapa para mirarla por dentro. El ojo pequeño y brillante de un cuervo me devuelve la mirada, las plumas de sus alas pegadas al lado de la olla, el grasoso cuerpo cubierto por el agua hirviendo.
―La cena ―dice.
―¡Tris! ―escucho de nuevo. Abro los ojos, Christina está de pie al lado de mi cama, lágrimas de rímel manchando sus mejillas.
―Es Al ―dice ella―Vamos.
Algunos de los otro Iniciados están despiertos, y otros no. Christina agarra mi mano y me saca del dormitorio. Corro descalza por el suelo de piedra, las nubes parpadeando frente a mis ojos, mis extremidades todavía pesadas por el sueño. Algo terrible ha sucedido. Lo siento con cada golpe de mi corazón. Es Al.
Corremos por el suelo de la Fosa, y luego Christina se detiene. Una multitud se ha reunido alrededor de la saliente, pero todos se encuentran a pocos metros del otro, así que hay espacio suficiente para maniobrar por delante de Christina rodeando a un hombre alto, de mediana edad hacia la parte delantera.
Dos hombres están de pie junto a la saliente, sosteniendo algo con cuerdas. Ambos gruñen por el esfuerzo, lanzando su peso hacia atrás para deslizar la cuerda encima de la verja, y extendiéndose hacia adelante para agarrarla de nuevo. Una enorme, y oscura forma aparece encima de la saliente, algunos
Intrepidez se adelantan para ayudar a los dos hombres a arrastrarla.
La forma cae con un ruido sordo en el suelo de la Fosa. Un brazo pálido, hinchado por el agua, cae sobre la piedra. Un cuerpo. Christina se deja caer a mi lado, aferrada a mi brazo. Ella recuesta su cabeza en mi hombro y solloza, pero no puedo mirar hacia otro lado. Uno de los hombres voltea el cuerpo y la cabeza cae pesadamente a un lado.
Los ojos están abiertos y vacíos. Oscuros. Ojos de muñeca. Y la nariz tiene un arco alto, un estrecho puente, una punta redonda. Los labios están azules. La cara en sí misma es algo más que humana, mitad cadáver, mitad criatura. Mis pulmones queman; mi siguiente respiración gime en su camino. Al.
―Uno de los Iniciados ―dice alguien detrás de mí―. ¿Qué sucedió?
―Lo mismo que ocurre todos los años ―alguien más contesta―. Él se lanzó sobre la saliente.
―No seas tan morboso. Pudo haber sido un accidente.
―Lo encontraron en medio del Abismo. ¿Crees que se enredó con el cordón de su zapato y… ups tropezó cuatro metros y medio hacia adelante?
Las manos de Christina aprietan más y más fuerte alrededor de mi brazo. Debo decirle que me suelte; está comenzando a doler. Alguien se arrodilla junto al rostro de Al y cierra sus parpados. Quizá tratando de que se vea como si él estuviera dormido. Estúpido. ¿Por qué la gente quiere pretender que morir es dormir? No lo es. No lo es.
Algo dentro de mí se derrumba. Mi pecho esta tan apretado, sofocante, no puedo respirar. Me desplomo en el suelo, arrastrando hacia abajo a Christina conmigo. La piedra es dura debajo de mis rodillas. Escucho algo, un recuerdo del sonido. Los sollozos de Al; sus gritos en la noche. Debería haberlo sabido. Todavía no puedo respirar. Presiono ambas palmas en mi pecho y me balanceo hacia adelante y hacia atrás para liberar la tensión en mi pecho.
Cuando parpadeo, veo la parte superior de la cabeza de Al mientras él me carga sobre su espalda al comedor. Siento el rebote de sus pasos. Él es grande, caliente y torpe. No, “era”. Esa es la muerte; cambia de “es” a “era”.
Respiro con dificultad. Alguien ha traído una larga bolsa negra para colocar el cuerpo adentro. Puedo decirle que será demasiada pequeña. Una risa se eleva en mi garganta y se deja caer en mi boca, forzada y balbuceando. Al es demasiado grande para la bolsa; lo cual es una tragedia. A mitad de la risa, aprieto mi boca cerrada, y suena más como un gemido. Saco mi brazo libre y me paro, dejando a Christina en el suelo. Corro.

* * * * *

―Aquí tienes ―dice Tori. Ella me da una humeante taza que huele a menta. La sostengo con ambas manos, mis dedos hormigueando con el calor.
Ella se sienta frente a mí. Cuando se trata de funerales, Intrepidez no pierde el tiempo. Tori dijo que quieren reconocer la muerte tan pronto como ésta suceda. No hay gente al frente del salón de tatuajes, pero la Fosa está llena de personas, la mayoría de ellos borrachos. No sé porque eso me sorprende.
En casa, un funeral es una ocasión sombría. Todos se reúnen para apoyar a la familia del fallecido, y nadie tiene las manos holgazaneando, pero no hay risas, ni gritos, ni bromas. Y Abnegación no bebe alcohol, por lo que todo el mundo está sobrio. Tiene sentido que los funerales sean lo contrario aquí.
―Bebe ―ella dice―Te hará sentir mejor, te lo prometo.
―No creo que el té sea la solución ―digo lentamente. Pero me lo tomo de todos modos. Calienta mi boca y mi garganta y se escurre a mi estómago. No me di cuenta que estaba tan helada hasta que ya no lo estuve más.
―Mejor ―es la palabra que uso. No “bueno”. Ella me sonríe, pero las esquinas de sus ojos no se arrugan como usualmente lo hacen. ―No creo que algo “bueno” sucederá por un tiempo.
Muerdo mi labio. ―¿Cuánto…? ―lucho por las palabras adecuadas―. ¿Cuánto tiempo te tomó estar bien, después de lo de tu hermano…?
―No sé ―sacude la cabeza―. Algunos días aún siento que no estoy bien. Otros días me siento bien. Feliz, incluso. Sin embargo, me tomó algunos años dejar de planear una venganza.
―¿Por qué lo dejaste? ―pregunto.
Sus ojos se ausentan mientras ella mira fijamente la pared detrás de mí. Golpea los dedos contra su pierna durante unos segundos y luego dice: ―No pienso en eso como dejarlo. Es más como que estoy… esperando mi oportunidad.
Ella sale de su aturdimiento y mira su reloj.
―Hora de irnos ―dice.
Echo el resto de mi té en el lavaplatos. Cuando levanto mi mano de la taza, me doy cuenta que estoy temblando. Eso no es bueno. Mis manos usualmente tiemblan antes de que comience a llorar, y no puedo llorar delante de todos.
Sigo a Tori fuera del lugar de tatuajes y bajo por el sendero hacia el piso de la Fosa. Toda la gente que más temprano estaba arremolinada alrededor se reúne en la saliente ahora, y el aire huele fuertemente a alcohol. La mujer delante de mí se tambalea hacia la derecha, perdiendo su equilibrio, y luego estalla en risas mientras cae sobre el hombre a su lado. Tori agarra mi brazo y me dirige lejos.
Encuentro a Uriah, Will, y Christina de pie entre los demás Iniciados. Los ojos de Christina están hinchados. Uriah está sosteniendo una botella de plata. Él me ofrece. Niego con mi cabeza.
―Sorpresa, sorpresa ―dice Molly detrás de mí. Ella le da un codazo a Peter―. Una vez Estirada, siempre Estirada.
Debo ignorarla. Sus opiniones no deberían importarme.
―He leído un interesante artículo hoy ―dice ella, acercándose a mi oído―. Algo acerca de tu padre, y la verdadera razón por la que dejaste tu antigua Facción.
Defenderme a mí misma no es la cosa más importante en mi mente. Sin embargo, es la más fácil de abordar.
Me giro, y mi puño se conecta con su mandíbula. Mis nudillos arden por el impacto. No recuerdo decidiéndome golpearla. No recuerdo haber formado un puño.
Ella se abalanza hacia mí, sus manos extendidas, pero no llega muy lejos. Will agarra su cuello y tira de ella hacia atrás. Él mira de ella hacia mí y dice:
―Déjenlo. Ambas.
Parte de mi desea que él no la hubiera detenido. Una pelea podría ser una distracción bienvenida, especialmente ahora que Eric está subiendo en una caja junto a la barandilla. Lo miro, cruzando los brazos para mantenerme firme. Me pregunto qué dirá.
En Abnegación nadie se ha suicidado recientemente, pero la postura de la Facción es clara: El suicidio, para ellos, es un acto de egoísmo. Alguien que es verdaderamente desinteresado, no piensa en sí mismo muy a menudo para desear la muerte. Nadie lo diría en voz alta, si esto sucediera, pero todos lo piensan.
―¡Silencio, todo el mundo! ―grita Eric. Alguien golpea algo que suena como gong, y los gritos cesan gradualmente, aunque los murmullos no. Eric dice―: Gracias. Como ustedes saben, estamos aquí porque Albert, un Iniciado, saltó al Abismo anoche.
―No sabemos por qué ―dice Eric; y sería fácil llorar la pérdida de él esta noche. Pero nosotros no escogimos una vida fácil cuando nos convertimos en Intrepidez. Y la verdad es… ―Eric sonríe. Si no lo conociera, pensaría que es una sonrisa genuina. Pero lo conozco―. La verdad es que, Albert ahora está explorando un desconocido e incierto lugar. Él saltó a las feroces aguas para ir allí. ¿Quién entre nosotros es lo suficientemente valiente para aventurarse a la oscuridad sin saber qué hay más allá? Albert todavía no era uno de nuestros miembros, pero podemos estar seguros que ¡Él era uno de los más valientes!
Un grito se eleva desde el centro de la multitud, y un chillido. La ovación Intrepidez varía a los extremos, alta y baja, brillante y profunda. Su rugido imita el sonido del agua. Christina toma la botella de Uriah y bebe. Will desliza el brazo alrededor de sus hombros y la atrae a su lado. Las voces llenan mis oídos.
―Lo celebraremos ahora, y lo recordaremos ¡Siempre! ―grita Eric. Alguien le entrega una botella oscura, y él la levanta―. ¡Por Albert el Valiente!
―¡Por Albert! ―grita la multitud. Brazos elevados a mí alrededor, e Intrepidez corea su nombre. ―¡Albert! ¡Al-bert! ¡Al-bert! ―ellos corean hasta que su nombre ya no suena como su nombre. Suena como el coro principal de una raza antigua.
Me aparto de la barandilla. No puedo soportar esto por más tiempo.
No sé a dónde voy. Sospecho que no estoy yendo a ningún lado, sólo lejos. Camino por un pasillo oscuro. Al final está la fuente de agua potable, bañada por el brillo azul de la luz encima de ella.
Sacudo la cabeza. ¿Valiente? Valiente habría sido admitir la debilidad y abandonar Intrepidez, sin importar la vergüenza que esto acompañara. El orgullo es lo que mató a Al, y es la falla en el corazón de cada Intrepidez. Lo es en el mío.
―Tris.
Una sacudida pasa a través de mí, y me volteo. Cuatro está detrás de mí, justo dentro del círculo de luz azul. Ésta lo hace ver misterioso, sombreando las orbitas de sus ojos y fundiéndolas con las sombras bajo de sus pómulos.
―¿Qué estás haciendo aquí? ―pregunto―. ¿No deberías estar dando tus respetos?
Lo digo como si tuviera un mal sabor y tengo que escupirlo.
―¿No deberías tú? ―dice. Da un paso hacia mí, y puedo ver sus ojos. Se ven negros en esta luz.
―No se puede mostrar respeto cuando no tienes nada ―respondo. Siento una punzada de culpa y sacudo mi cabeza―. No quise decir eso.
―Ah. ―Juzgando por la mirada que me da, él no me cree. Y no lo culpo.
―Esto es ridículo ―digo, calor corriendo por mis mejillas―. ¿Él se lanza al Abismo y Eric lo llama valiente? ¿Eric, quien trató de lanzar cuchillos a la cabeza de Al? ―pruebo la bilis. Las sonrisas falsas de Eric, sus palabras artificiales, sus retorcidos ideales; me hacen querer estar enferma―. ¡Él no era valiente! ¡Estaba deprimido y era un cobarde que casi me mata! ¿Esa es la clase de cosas que se respetan aquí?
―¿Qué quieres que hagan? ―dice―. ¿Condenarlo? Al ya está muerto. Él no puede escuchar esto y es demasiado tarde.
―Esto no se trata de Al ―digo bruscamente―. ¡Se trata de ver a todo el mundo! Todos los que ahora ven lanzarse al Abismo como una opción viable. Quiero decir, ¿Por qué no hacerlo sí todo el mundo te llama héroe después? ¿Por qué no hacerlo sí todo el mundo recordará tu nombre? Esto… no puedo…
Sacudo la cabeza. Mi cara arde y mi corazón late con fuerza, y trato de mantenerme bajo control, pero no puedo.
―¡Esto nunca hubiera sucedido en Abnegación! ―casi grito―. ¡Nada de esto! Nunca. Este lugar lo retorció y lo arruinó, y no me importa si dicen que me he convertido en Estirada, no me importa, ¡No me importa!
Los ojos de Cuatro se mueven a la pared encima de la fuente.
―Cuidado, Tris ―dice, sus ojos todavía en la pared.
―¿Eso es todo lo que puedes decir? ―demando, frunciéndole el ceño―. ¿Que debería tener cuidado? ¿Eso es todo?
―Eres tan mala como Sinceridad, ¿Sabías eso? ―Agarra mi brazo y me arrastra lejos de la fuente. Su mano lastima mi brazo, pero no soy lo suficientemente fuerte para alejarme.
Su cara esta tan cerca a la mía que puedo ver algunas pecas manchando su nariz.
―No diré esto de nuevo, así que escucha con atención ―pone sus manos sobre mis hombros, sus dedos presionando, apretando. Me siento pequeña―. Ellos te están observando. A ti en particular.
―Suéltame ―digo débilmente.
Sus dedos saltan apartándose, y él se endereza. Parte del peso en mi pecho se levanta ahora que él no me está tocando. Le temo a sus estados de ánimo cambiantes. Me muestran algo de inestabilidad en él, y la inestabilidad es peligrosa.
―¿Ellos también te están observando? ―digo, en voz tan baja que él no sería capaz de escucharme si no estuviera tan cerca.
No responde a mi pregunta. ―Sigo tratando de ayudarte ―dice―, pero tú te niegas a ser ayudada.
―Oh, claro. Tu ayuda ―digo―. Apuñalar mí oreja con un cuchillo y burlarte de mí y gritarme más de lo que le gritas a cualquiera, seguro es útil.
―¿Burlarme de ti? ¿Quieres decir cuando tiré el cuchillo? Yo no estaba burlándome de ti ―dice bruscamente―. Estaba recordándote que si fallabas, alguien más tendría que tomar tu lugar.
Agarro la parte posterior de mi cuello con mi mano y pienso en el incidente del cuchillo. Cada vez que él hablaba, era para recordarme que si renunciaba, Al tendría que tomar mi lugar al frente del objetivo.
―¿Por qué? ―digo.
―Porque vienes de Abnegación ―dice―, y es cuando estás actuando desinteresadamente que estás en tu estado más valiente.
Lo entiendo ahora. Él no estaba persuadiéndome a renunciar. Estaba recordándome por qué no podía; porque tenía que proteger a Al. La idea me duele ahora. Proteger a Al. Mi amigo. Mi atacante.
No puedo odiar a Al tanto como quiero.
No lo puedo perdonar tampoco.
―Si yo fuera tú, haría un mejor trabajo en fingir que el impulso desinteresado se ha ido ―dice―, porque si la gente equivocada lo descubre… bien, no sería bueno para ti.
―¿Por qué? ¿Por qué les preocupan mis intenciones?
―Las intenciones son lo único que les importa. Ellos tratan de hacerte creer que les importa lo que haces, pero no. Ellos no quieren que actúes de cierta manera. Quieren que pienses de cierta manera. Porque así eres fácil de entender. Porque no supones una amenaza para ellos. ―Él presiona una mano contra la pared al lado de mi cabeza y se apoya en ella. Su camisa está lo suficientemente apretada, y puedo ver su clavícula y la leve depresión entre el músculo de su hombro y su bíceps.
Desearía ser más alta. Si fuera alta, mi estrecha complexión seria descrita como “esbelta” en lugar de “infantil” y él podría no verme como la hermana menor que tiene que proteger.
No quiero que me vea como su hermana.
―No entiendo ―digo―. ¿Por qué les importa lo que pienso, mientras esté actuando como ellos quieren?
―Estás actuando como ellos quieren, ahora ―dice―, pero, ¿qué pasará cuando tu extraño cerebro de Abnegación te diga que hagas algo más, algo que ellos no quieren?
No tengo una respuesta para eso, y ni siquiera sé si tiene la razón acerca de mí. ¿Soy extraña como Abnegación, o como Intrepidez?
Tal vez la respuesta es ninguno. Quizá soy extraña como los Divergentes.
―Puede que no necesito que me ayudes. ¿Alguna vez pensaste en eso? ―digo―. No soy débil, lo sabes. Puedo hacer esto por mi cuenta.
Él niega con la cabeza. ―Crees que mi primer instinto es protegerte. Porque eres pequeña, o una chica, o una Estirada. Pero estás equivocada.
Inclina su cabeza a la mía y envuelve sus dedos alrededor de mi barbilla. Su mano huele como metal. ¿Cuándo fue la última vez que sostuvo un arma, o un cuchillo? Mi piel hormiguea en el punto de contacto, como si él transmitiera electricidad a través de su piel.
―Mi primer instinto es empujarte hasta que te rompas, solo para ver qué tan fuerte tengo que presionar ―dice, sus dedos apretando en la palabra “romper”. Mi cuerpo se tensa con la ansiedad en su voz, por lo que estoy enrollada tan apretada como un resorte, y me olvido de respirar.
Sus ojos oscuros se elevan a los míos, él añade. ―Pero me resisto.
―¿Por qué? ―trago con fuerza―. ¿Porque ese es tu primer instinto?
―El miedo no te apaga; sino que te despierta. Lo he visto. Es fascinante. ―él me libera pero no se aleja, su mano rozando mi barbilla, mi cuello―. A veces solo… quiero verlo otra vez. Quiero verte despierta.
Coloco las manos en su cintura. No puedo recordar decidir hacer eso. Pero tampoco puedo alejarme. Me coloco contra su pecho, envolviendo mis brazos a su alrededor. Mis dedos rozan los músculos de su espalda.
Después de un momento él toca la parte baja de mi espalda, presionándome más cerca, y acaricia con su otra mano sobre mi cabello. Otra vez me siento pequeña, pero esta vez, no me asusta. Aprieto más mis ojos cerrados. Él no me asusta más.
―¿Debería llorar? ―pregunto, mi voz apagada por su camisa―. ¿Hay algo mal conmigo?
Las simulaciones hicieron una grieta a través de Al tan grande que él no pudo repararla. ¿Por qué no a mí? ¿Por qué no soy como él, y por qué ese pensamiento me hace sentir incomoda, como si estuviera tambaleándome sobre una saliente?
―¿Crees que sabes algo acerca de las lágrimas? ―dice en voz baja.
Cierro los ojos. No espero que Cuatro me tranquilice, y él no hace ningún esfuerzo, pero me siento mejor aquí, que por ahí entre la gente que son mis amigos, mi Facción. Presiono mi frente en su hombro.
―Si lo hubiera perdonado ―digo―. ¿Crees que estaría vivo ahora?
―No sé ―responde. Aprieta su mano en mi mejilla, y volteo mi cara hacia él manteniendo mis ojos cerrados.
―Siento que es mi culpa.
―No es tu culpa ―dice, tocando su frente con la mía.
―Pero debería haberlo hecho. Debí haberlo perdonado.
―Quizá. Quizá hay algo más que todos podríamos haber hecho ―dice―, pero tenemos que dejar que la culpa nos lo recuerde, para hacerlo mejor la próxima vez.
Frunzo el ceño y me tiro hacia atrás. Esa es una lección que los miembros de Abnegación aprenden; la culpa como una herramienta, en lugar de ser un arma contra sí mismo. Es una línea directa de una de las conferencias de mi padre en nuestras reuniones semanales.
―¿De qué Facción vienes Cuatro?
―No importa ―contesta, sus ojos entrecerrados―. Aquí es donde estoy ahora. Algo que harías bien en recordar para ti misma.
Él me da una mirada de desacuerdo y presiona sus labios en mi frente, justo entre mis cejas. Cierro los ojos. No entiendo esto, lo que sea que esto sea. Pero no quiero arruinarlo, por lo que no digo nada. Él no se mueve; se queda justo ahí con su boca presionada en mi piel y yo me quedo allí con mis manos en su cintura, por mucho tiempo.
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